http://opendata.unex.es/recurso/ciencia-tecnologia/investigacion/tesis/Tesis/2019-46

Con un histórico parte firmado por Franco en Burgos el primero de abril de 1939 se pusofin a una contienda de la que muy pocos resultaron vencedores. Un punto final que seconvirtió en una hilera de puntos suspensivos para cientos de miles de familias, en elsentido de que la inmediata postguerra las arrastró hacia un clima de recelos, delaciones,sospechas y enfrentamientos a los que se vendría a sumar el hambre.Muchos han sido los estudiosos que antes que yo se han acercado a aquellos duros tiemposposbélicos que aún duelen en la memoria. Muy bien abordados desde el prisma de lahistoria en todas sus vertientes con un reciente desplazamiento desde la historia política ala historia social; también podemos encontrar amplias disertaciones que desde la economía,la antropometría, el periodismo, las ciencias políticas, la antropología física, los estudios degénero o incluso la medicina, por citar solo algunos de ellos, han tratado de diseccionar elque probablemente haya sido el periodo más duro de la historia reciente de nuestro país.Sin embargo, extrañamente algunas ciencias han permanecido alejadas mirando de reojo, amomentos despistadas. De entre todas ellas, las ciencias sociales en general y laantropología en particular son las grandes señaladas, al mostrar durante muchos años unasuerte de atonía cuando de aproximarse a las experiencias, a las significaciones, a loscomportamientos y a las representaciones cuando de este periodo de tiempo se trataba. Untiempo que parece haberse desvanecido en el particular universo de los científicos sociales,como si los antropólogos hubieran sentido un cierto menosprecio por aquellos relatosvenidos desde la postguerra, de manera que semejante ceguera disciplinar ha generado unaauténtica deuda pendiente con unos años y unas circunstancias que piden a gritos unanálisis desde la cultura. Así, las aportaciones se reducen a algunos pocos e interesantesescritos de González de Turmo (1995; 2002) en Andalucía. Gracia, que se centró en lapotencia culinaria y simbólica de la carne en tiempos de postguerra (2002). O López García(2005), en prácticamente la única incursión realizada en Extremadura. Es posible citartambién los esfuerzos de Espeitx y Cáceres (2010) para el contexto de la ciudad deBarcelona; Barranquero y Prieto (2003) para el contexto de la provincia de Málaga, al igualque Badillo, Ramos y Ponte (1991); Pérez González (2004) para la provincia de Cádiz; o laTesis Doctoral de Palomo (2008) para el caso de Huelva; y, sobre todo, Alicia Guidonet(2007; 2008; 2010), que ha sido la autora que mayores esfuerzos ha puesto en una abordajede la cuestión desde la cultura.Por ello, las páginas que siguen pretenden contribuir desde la modestia a llenar una partede esos vacíos, al menos en el contexto concreto de la región de Extremadura,adentrándome en lo que allí ocurrió a través de una etnografía cuya base ha sido la deescuchar para recuperar experiencias y trabajar aquello que trabajan los antropólogos, esdecir, los correlatos y los modos de representación. Escarbando entre los pliegues de lamemoria me he acercado a la comida de una época y, a través de la “voz de los alimentos”,que diría Hauck-Lawson (2004), he tratado de entender la forma en la que han llegado hastanosotros aquellos tiempos duros y aquella sociedad de postguerra y de hambre. Hubohambre en Extremadura y en España en la postguerra y, sin duda, merece ser recordada,interpretada, aprendida y explicada con todo lujo de detalles, también desde la particularvisión que puede aportar el etnógrafo.MétodosEsta Tesis Doctoral ha sido una aproximación a la memoria del hambre enExtremadura desde una perspectiva etnográfica que se sustenta en un trabajo decampo de más de cinco años de duración. Me ha interesado conocer -a través de lacompleja reflexión teórica que aborda las relaciones entre relato, experiencia y laconstrucción social de los hechos- cuales fueron las ideologías, las prácticas alimentariasy el impacto social que la escasez tuvo en la vida social de pueblos y ciudades de la región.Más allá de los enfoques historiográficos, he querido conocer el impacto del hambre enlas dinámicas culturalesUn trabajo de campo que se ha basado sobre todo en fuentes orales, para lo que heentrevistado a un total de 61 informantes que vivieron los tiempos de postguerra enprimera persona, de las que 40 fueron mujeres y 21 hombres; 39 vivían en la provincia deCáceres por aquellos entonces y 22 de ellos lo hacían en la provincia Badajoz.Además, también he tratado de atender a las recomendaciones que un buen número deautores como Thompson (1988) o Fraser (1990) han hecho a cerca de combinar lostestimonios orales con otro tipo de investigación de archivos y/o consulta de periódicoslocales. Dexter ([1970]2006) o Becker y Geer (1960, Cit. En Hammersley y Atkinson,1994) también se han pronunciado en este mismo sentido, haciendo una reflexión críticasobre el exceso de confianza que los investigadores tienen en las entrevistas, y sugiriendoque éstas deberían estar acompañadas de otros métodos de información, algo que algunosestudiosos, un tanto influenciados por ciertas precogniciones positivistas, han definidocomo “triangulación”. Para mi caso, he tratado de solventarlo a través de una intensabúsqueda en distintos archivos tales como el Archivo General de la Administración enAlcalá de Henares (AGA), el Archivo Municipal de Cáceres (AHMC), el ArchivoProvincial de Cáceres (AHPC), el Archivo de la Diputación de Cáceres (AHDC) o elArchivo Histórico Provincial de Badajoz (AHPB), a lo que se unieron las consultas on-lineen Instituciones como la Rockefeller Foundation de la ciudad de Nueva York o el NationalArchives de Londres -aunque ésta no tuviera los resultados esperados-.Junto a ello, también he llevado a cabo una importante búsqueda y lectura de la prensa dela época, algo que me permitió sumergirme en un buen número de artículos tanto de laspublicaciones más cercanas al régimen como, todo lo contrario, es decir, aquella prensa queen los tiempos de postguerra los republicanos siguieron publicando desde el exilio. Así,junto a las búsquedas que realicé en los formatos digitales de la Biblioteca Virtual de PrensaHistórica del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, la Hemeroteca digital de laBiblioteca Nacional de España y la Hemeroteca digital del Diario ABC, hay que sumar laingente cantidad de horas que pasé buceando en la Hemeroteca de El periódico Extremadura,Diario Católico, verdadero altavoz del régimen en la región, y cuyas páginas, un documentocasi oficial de las instituciones, se encuentran disponibles íntegramente en el AHMC. Enaquella sala, pasé mucho tiempo llevando a cabo una lectura detallada de la mayor parte delos ejemplares publicados por el diario entre 1939 y 1952. Horas y horas que de algunamanera me posibilitaron un cierto tipo de traslado temporal al transportarme al día a díade los años cuarenta, algo que no solo me permitió acrecentar mis conocimientos sobre lavida cotidiana, sino que además fueron lecturas que se convirtieron en todo un productoque sirvieron como generador de categorías y preguntas.Como es lógico, ésta ha sido una etnografía que ha tenido que trabajar codo con codo conla historia, convencido de que es posible hacer trabajo de campo etnográfico sobre tiempospasados siempre que uno sea consciente de la evidencia de que estamos accediendo a éldesde el presente, algo que por muy tautológico que parezca no siempre es tenido encuenta. Por ello, esta Tesis Doctoral podría ser definida grosso modo como una suerte de“historia antropológica”, puesto que se trata de un ejercicio en el que obligatoriamente hantenido que confluir la historia y la antropología, algo que es perfectamente factible, esa esmi opinión, porque el estudio de un acontecimiento pasado no puede circunscribirseúnicamente al hecho histórico en sí, sino que además también hay que ser conscientes deque lleva implícito un hecho social y cultural, y de que éste debe ser necesariamenteabordado por la particular mirada que es capaz de aportar un científico social.No obstante, a pesar de esta continúa confluencia entre las dos disciplinas, y si bien enmuchas ocasiones me he tenido que travestir de “historiador” en la línea apuntada porAron-Schnapper y Hanet (1980) cuando afirman que independientemente de la cienciadesde la que se aborde el trabajo con fuentes orales nos obliga a ello, quiero quedar bienclaro que, como apuntaba Gutiérrez Estévez (1996), antropología e historia tienenperfectamente delimitado su espacio de trabajo, algo que también ha ocurrido en estainvestigación. Más allá de la necesaria labor que he realizado con fuentes historiográficas oarchivísticas, este es un texto cuyo abordaje se ha realizado principalmente desde la laantropología, por lo que su valor no radica tanto en el trabajo de buceo histórico, sino másbien en haber tratado de dar preferencia a las experiencias personales y a las emocionescontenidas entorno al sufrimiento, indagando posteriormente en cómo las personas hanasignado significados en el presente para generar modos de representación a través de suspropios procesos de interpretación.En cualquier caso, una particularidad metodológica muy importante ha sido el hecho dehaberme adentrado en los enrevesados pliegues de una memoria que, en unos informantesde tan avanzada edad como los que aquí han participado, en muchas ocasiones ha supuestoun laberinto que ha acabado dibujando trazos de renglones a veces un tanto torcidos. Unasituación que acabó generándome una duda metodológica de primer orden, poco segurode hasta que punto estaba siendo real lo que estaba captando o, por el contrario, podríaestar tratándose de una construcción que la memoria estaba realizando con el paso de untiempo que todo lo difumina, especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que misinformantes eran tan solo unos niños en unos tiempos de postguerra sobre los que tantosaños después vuelven a ser preguntados. A ello, he que sumar el hecho de que el buceo nose ha realizado en la simple memoria cotidiana sin más, sino que hay que tener en cuentala dificultad particular que supone el trabajo con ese tipo de “memoria del trauma”(Ferrándiz, 2007) que se conecta directamente cuando las experiencias que tratamos derescatar son tan humanamente perturbadoras como lo son la pobreza y el hambre.Tras reflexionar una y mil veces, acabé convencido de que los fallos y deformaciones de lamemoria, su selectividad y su capacidad para el olvido, no tienen porque ser entendidoscomo un problema metodológico en sí, y sí más bien como una particularidad inherente aun campo de trabajo distinto que no pretende la objetividad positivista. Algo a lo que meayudó la afirmación de Schwarzstein (2002, p. 172) según la cual la llamada memoria“desconfiable” supone más un recurso que un problema, especialmente en aquellos casosdonde lo que está en juego son las experiencias producidas por las catástrofes socialesdonde la memoria aparece como una fuente crucial aún con sus tergiversaciones,desplazamientos y negaciones. Por ello, acabé asumiendo el hecho de que lo que realmentedebía esperar de mis informantes era recoger el valor que aporta la subjetividad, lasexperiencias y las significaciones de sus relatos, aceptando que las reinterpretaciones quese puedan dar, lejos de ser “sesgos”, deben ser entendidas como la marca misma de lacultura, puesto que los procesos de reconstrucción de los recuerdos no son individuales,sino que más bien lo que son es construcciones sociales y culturales por las que debeinteresarse el antropólogo.Cabe decir también que esta investigación, como la mayoría de las etnografías, no se hapreocupado de verificar hipótesis de partida pre-existentes más allá de las sospechas departida ligadas al potente imaginario simbólico de algunos alimentos; sino que más bien loque ha tratado de hacer ha sido responder a un buen número de preguntas que se han idogenerando en el proceso, todas ellas permeadas por la duda general que me ha perseguidoen todo momento respecto de hasta qué punto resulta posible pensar en términosculturalistas sobre un hambre que ya ha pasado, y desde el prisma de aquellos que, comoes mi caso, nos acercamos con un estómago que siempre ha estado saciado. Sea comofuere, a las preguntas iniciales de corte metodológico que se generaron entorno a mipreocupación por saber cuánto realmente de aquella experiencia estaba siendo capaz decaptar, y a las que he tratado de enfrentarme desde la humildad epistemológica de unetnógrafo novato, se fueron sumando otras muchas que ahondaban más en los sentidos yexperiencias en torno al hambre a medida que avanzaba en el trabajo de campo, y que deforma cuasi incontrolada se fueron multiplicando y actualizando para generar nuevascategorías de análisis e interrogantes en un proceso de construcción que ha resultadocreciente, y que de no haber puesto un punto final, intuyo, podría haber sido casi ilimitado:¿De qué manera afrontaron los extremeños aquel estado que se generó de una cada mayorpobreza y falta de alimentos? ¿Cuáles fueron las respuestas en términos materiales, pero,también, en términos culturales, si es que las hubo? ¿En relación con qué se adoptarondeterminadas estrategias concretas que aún hoy se pueden encontrar fácilmente en elimaginario colectivo, o por qué algunas personas siguieron modelos de comportamientodados y no otros? ¿Cómo se vieron modificadas las prácticas sociales, hasta qué punto, yen qué momento lo hicieron? ¿Cuáles fueron y dónde estuvieron situados los límites de lasrespuestas si es que los hubo? ¿Qué fronteras fueron traspasadas y cuándo? ¿Cuáles fueronlos roles que adoptaron cada cual en función de sus circunstancias si es que éstos variaron?¿Cómo han llegado hasta nuestros días los recuerdos y las representaciones entorno a loque pasó en aquellos tiempos teniendo en cuenta los cambios que se producen en lamemoria con el paso del tiempo? ¿Cómo es y cómo fue el papel y la transcendencia quetuvieron determinados alimentos y por qué? ¿Hasta que punto los temores y lasexperiencias que se dieron entorno a aquellas carencias han afectado a la alimentación ennuestros días? ¿Cómo se tensiona, si es que lo hace, el concepto de hambre cuando elenfoque particular con el que se aborda no es el biológico, sino más bien aquel que serealiza desde la cultura y, con este prisma, a qué llamamos hambre en un momento y en unlugar determinado? Cuestiones y más cuestiones todas ellas que el lector podrá encontrara lo largo del escrito en su versión completa, y que como podrá suponer me han obligadoa un placentero, a la par que tortuoso, ejercicio continuo de exégesis e imaginaciónintelectual en el afán, no siempre logrado, ya lo advierto, de tratar de responderlas.ContextosLa literatura histórica ha mostrado de manera pormenorizada los procesos de imposiciónde la perspectiva de los vencedores que se puso en marcha en la inmediata postguerra, nosolo en lo social y político, sino también en lo económico. La política financiera del nuevorégimen se desarrollaría ad hoc y centrada casi en exclusiva a partir de las decisionestomadas por un Franco que, carente de cualquier formación en el tema, despreciaba losinformes de sus asesores seleccionando solo aquellos que merecían de su arbitrariaaprobación personal (Eiroa, 1995). Lo que se imponía era siempre su voluntad políticadictatorialpor encima de cualquier sugerencia, documento u opinión fundada que pudierarecibir, conformando con ello toda una política económica personalista que fue conocidacon el nombre de autarquía y que se convirtió en un objetivo nacional prioritario. En laeconomía, explica Payne (1987, p.261), como en tantas otras áreas, el nuevo régimen tratóde combinar el ultra-conservadurismo propio de sus conceptos morales con ambiciososplanes renovadores, algo que trataron de sustentar sobre dos pilares esenciales: laindependencia económica y la autoridad absoluta.Todo ello fue la base de unas consecuencias que no se hicieron esperar. Como una gran partede los estudiosos de la economía han demostrado, ni las secuelas de la Guerra Civil, ni elacoso internacional provocado por el aislamiento, ni la incorporación a la economíanacional de la zona republicana, ni tan siquiera la tan “manoseada” sequía, fueron motivossuficientes como para justificar la catástrofe económica que llegaría a asolar a España enla década de los cuarenta. Nada de eso lo justificaba, y tan solo el desastre provocado porel empeño de Franco en su política autárquica y su premeditada ignorancia de losprincipios más elementales de la economía de mercado lo pueden hacer1.Para España, por aquel entonces un país atrasado, con un mercado interior pobre,subdesarrollada científica y tecnológicamente, con un alto nivel de analfabetismo, mal dotadode productos energéticos, con un presupuesto raquítico, con una fiscalidad ineficiente ylastrado por el fraude… aquellas decisiones constituyeron un suicidio. La fijación políticade los precios de los alimentos básicos derivó en que los agricultores cambiaran sus cultivospor otros que no estuvieran intervenidos, generándose una crisis en el mercado agrícola y1 Parece existir un acuerdo generalizado entre especialistas en historia de la economía que han demostrado quefue la autarquía y no tanto las consecuencias de la guerra la principal causa de la situación social y económicaque se vivió en la España de postguerra. Entre ellos cabe mencionar a autores y obras como Barciela, López,Megarejo y Miranda (2001); Barciela y López (2003; 2014); Delgado (2000); Cazorla (2015); Carreras(1989); Payne (1987) o Moradiellos (2000).un desabastecimiento de materias primas esenciales sin precedentes. Los bajos precios alos que fueron tasados los alimentos hicieron que los mercados se movieran en unatendencia inflacionista que abocó a la institución de un mercado negro conocido como“estraperlo”. La renta de los españoles llegó a caer un 23% respecto de la que había antesde la guerra, presentando sus peores datos macroeconómicos de todo el siglo XX yconvirtiéndose en uno de los más pobres y subdesarrollados del contexto europeo,generándose con ello un descenso de la calidad de vida tal que llegó a situarse muy pordebajo de la de los niveles previos a la contienda, y favoreciendo la aparición de unapobreza extrema, de una miseria generalizada, de carencias y de hambre; sobre todo demucha hambre en una buena parte de los ciudadanos que se vieron obligados a vivir bajouna economía de subsistencia. Como si la guerra no hubiera sido suficiente, la postguerravino a rematarlos (Di Febo y Santos, 2005, p.42; Rodríguez Barreira, 2011, p.6; Martí, 1995,p.3; Eiora, 1995, p.104; Del Cura y Huertas, 2007, p.72; Moradiellos, 2000, p.114; Cabañetey Martínez, 2013, p.6; Del Arco, 2006).Para el caso de la región de Extremadura la precariedad hundía sus explicaciones en raíceshistóricas; y si bien durante la Guerra Civil los daños habían sido limitados en comparacióncon otros lugares por su condición de ocupada desde el principio, las consecuenciasde la crisis provocada por la política económica de Franco fueron, si cabe, mayoresque en el resto del país (Linares y Parejo, 2013).En esa trama de empobrecimiento se presentaron las “cartillas de racionamento”2. Unasuerte de talonario formado por una serie de cupones -llamados de manera coloquial“sellos”- ante cuyo corte y entrega se presuponía el despacho de unas raciones tipo quehabían sido fijadas por Decreto de 28 de junio de 1939, y a través de las cuales el régimenaspiraba a mitigar las escaseces garantizando los bienes básicos de consumo a la población.Sin embargo, lo pensado como solución contribuyó a ensanchar el problema, dada laincapacidad gubernamental para garantizar los suministros mínimos que debían entregarse.Frente al discurso propagandístico del régimen, la “cartilla de racionamiento” representabaa esa otra España asediada por la falta de alimentos y el hambre que marcó la vida demuchos en los años cuarenta. Mientras que los jerarcas del régimen se aferraban a sus2 El 14 de mayo de 1939 se instauró en todo el país el sistema de racionamiento de artículos de primeranecesidad por parte de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (CGAT). Un organismoque, creado por Ley de 10 de marzo de 1939 y Decreto de 28 de abril del mismo año, que se encargó dela regulación, el control del abastecimiento y el racionamiento de artículos de primera necesidad en todoel país.políticas como paradigma económico que permitiría disponer de manera autónoma de todotipo de bienes, la “cartilla de racionamiento” era la constatación de una realidad en la quese plasmaba justo lo contrario, mostrando una España asediada por la escasez y el hambre.Frente al mundo feliz sugerido por las políticas autárquicas, la realidad de las parquedadesde una “cartilla” que convertía la vida en un vía crucis.Políticas y disposiciones cuyas implicaciones resultaron especialmente trascendentes parauna región eminentemente agrícola y desprovista de una economía de potencia como laextremeña. Algo que, además de llevar al desastre a un importante número de ciudadanos,contribuyó a aumentar las desigualdades entre el campo y la ciudad; entre ricos y pobres.Años de miseria, de pobreza, de intimidación sostenida, de hambre y de sacrificios. Añosde dolor que fueron el escenario en el que se insertaron las vidas, las experiencias y lossignificados entorno al hambre de los protagonistas de esta historia.Hablar de aquellos años de postguerra es hablar de autarquía, sí; de “cartillas deracionamiento”, también; de guerra y de represión… pero, sobre todo, lo que hepretendido en este trabajo es hablar de personas y con personas. De aquellas personas quesufrieron y padecieron; de aquellas personas que vivieron una realidad tan dura que aúnpermanece viva con fuerza en su memoria. Para la antropología, las ideologías y lasprácticas no son nada desligadas de la gente. De modo que para poder entender lascomplejas relaciones entre alimentación, hambre y cultura necesitamos abordar laespecificidad de la sociedad extremeña de postguerra.Una sociedad atravesada por líneas divisorias impermeables y con ciertas peculiaridadesrespecto a otras zonas de la “España del sur” (Pérez Rubio, 1995, p. 50), que fueron inclusoreflejadas por el propio régimen, al hacerse pública su consciencia sobre el atrasoeconómico, las tensiones sociales y las malas condiciones de vida existentes en la región.Así, en la visita que entre el 17 y el 19 de diciembre de 1945 Franco realizó por variosnúcleos pacenses, acompañado por los ministros de Agricultura, Obras públicas y Trabajo,afirmó con rotundidad que la provincia de Badajoz tenía “el problema social más hondode entre todas las provincias españolas” (García Pérez, 2015, p. 139).En aquella sociedad, la élite de la región ocupaba las zonas de mayor privilegio desde elcampo. Terminada la guerra, los grandes latifundistas mantuvieron el estatus quo,perpetuando unas condiciones sociales heredadas que les favorecían (Cazorla, 2015, p. 90).Se fortalecieron antiguas relaciones de sumisión entre jornaleros y terratenientes sinimportar que ello generase un ambiente de fuertes tensiones derivadas de la altaconcentración de la propiedad de la tierra en un número de personas muy limitadas. Los“señores”, acompañados de arrendatarios y administradores, conformaban el estamentomás elitista de una sociedad en la que hacían y deshacían a su antojo. Junto a ellos, eraposible encontrar al grueso de los estamentos más privilegiados de la época, formados porburócratas y funcionarios de alto rango junto a los militares y, por supuesto, la IglesiaCatólica y sus representantes, alrededor de los cuales gravitó gran parte la vida social ycultural de la época.La nota general era la desigualdad; por lo que en el lado opuesto se encontraba el grupode los olvidados. Aquí, era posible encontrar perseguidos políticos o aquellos carentesde un “certificado de buena conducta” con el que acceder a un trabajo remunerado. Juntoa ellos, también se situaban las viudas y los huérfanos de víctimas de la Guerra Civil quehabían luchado, según los vencedores, en el bando “equivocado”. Pobres infelices queademás de sufrir la pobreza general fueron también víctimas de la orgía de violencia ypersecución en la que el régimen se instaló en los primeros años de la década de loscuarenta.Junto a ellos, los campesinos encarnaban el prototipo de la pobreza extremeña3 en uncontexto en el que casi dos terceras partes de los activos de la época en la región se dedicabaa la realización de labores agrícolas y ganaderas (García Pérez, 2015, p.134). Merced a unefecto llamada del campo como posible solución a sus problemas económicos, muchosacabaron como mano de obra barata, poco cualificada, y a expensas de las fuertes exigenciaspor parte de la patronal. Las relaciones laborales incluyeron la aceptación de jornadas sinlimitación de horario, falta de descanso dominical o la prestación de trabajos nocturnos(Pérez Rubio, 1995, p. 294).3 La mayoría de los campesinos eran yunteros únicamente provistos de “dos míseros borriquillos y unarado primitivo”, según la definición dada por el Instituto de Reforma Agraria (1936), y que carecían detierras suficientes en las que emplear los aperos, algo que sin duda condicionada su existencia (PérezRubio, 1994, p. 114-115). A su lado, los braceros eventuales, sin patrimonio alguno (Pérez Rubio, 2015,p. 143), que la mayor parte de las veces eran únicamente contratados para actividades puntuales y, amenudo, con salarios muy inferiores al resto de trabajadores (Ibíd., 276). Además, en los escalafones másbajos de la jerarquía rural extremeña también era posible encontrar toda una variedad de especialistas enlas más diversas tareas agrícolas y ganaderas: gañanes de sementera, segadores en trigo, cortadores deencinas, vareadores de encinas, porqueros eventuales, recogedores de bellotas, peladores de ovejas o unospastores que se desplazaban por todo el territorio junto a sus familias, con sus “chozos” a cuesta ,hastaser contratados para el cuidado del ganado y cuya vida, incomunicados casi siempre en medio del campo,transcurría en pésimas condiciones (Medina García, 2010).A la penalidad del trabajo se sumaba un salario insuficiente y la ansiedad derivada de laestacionalidad de éste. Los contratos podían ser por temporadas o incluso por días; cadamañana los jornaleros acudían con puntualidad a las plazas públicas con la esperanza deser seleccionados por los capataces, si bien como máximo los más afortunados llegaban aconseguir 120 días de trabajo al año (García Pérez, 2015, p. 150).No obstante, la configuración social extremeña no resultaba tan sencilla. A la dicotomíaclásica del rico y el pobre, el empleado y el campesino, el latifundista y el jornalero, se podíaañadir una amplia gama de matices que abocó a numerosas personas a un grupo intermedio.Se incluían aquí los trabajadores que disponían de trabajo fijo. Los guardeses y capatacesfueron el ejemplo de este tipo de asalariados. Mayorales o vaqueros también tenían aseguradoel trabajo, considerado no obstante de menor calificación, pero todos ellos conformaban una suertede clase media.Sin dependencia directa de los señores y de sus tierras, en algunas zonas rurales deExtremadura también era posible encontrar aquellos otros que gozaban de unas mínimascapacidades de autogestión a partir de actividades como el cultivo de pequeños huertos desu propiedad, de donde extraían productos de primera necesidad como cebollas, tomates,patatas, lechugas o legumbres, y que les servían no solo para completar la dieta, sinoademás también como moneda de cambio en los habituales trueques o intercambios(Flores del Manzano, 1998).También en este grupo era posible encontrar a los habitantes de las ciudades extremeñasy de aquellas otras que sin serlo contaban con más de 10.000 habitantes, recibiendotradicionalmente el nombre de agro-ciudades: Mérida, Villafranca de los Barros,Almendralejo, Coria, Villanueva de la Serena, Don Benito, Montijo, Zafra, Navalmoralde la Mata… entre otras. Ciudades y pueblos grandes que se encontraban directamenteconectadas con el sector primario y donde el grueso de su población estaba formado porprofesionales de diversos oficios, artesanos, funcionarios de rango bajo, modestoscomerciantes, empresarios de nivel bajo y ciudadanos que con trabajos más o menospuntuales formaban parte de una suerte de “clase media urbana”. Un grupo que sin dudatenía un mayor acceso a los alimentos correspondientes al racionamiento, los comedoressociales e incluso al “mercado negro” o el trueque.FiccionesEsta Tesis Doctoral se ha construido como un texto intencionadamente descompensadoen el que han primado las experiencias de los informantes por encima de todo lo demás,pero en el que sin embargo también se ha atendido a otras formas de narrar lo que ocurrióen un intento de poner sobre la mesa una triple visión del hambre y de sus consecuenciaspasadas y presentes, todo con el objetivo final de que sea quien lee, y no yo mismo, el quetenga la capacidad de juzgar la historia. Ya se sabe que, en antropología, donde se desconfíade todo aquello que resulte demasiado “cerrado”, no está bien visto hablar de una“realidad” en singular y debemos hacerlo de “realidades” en plural, por lo que, para el casoque me ocupa, parece justo que sea el lector quien tenga acceso no solo a la versión y lasexperiencias de aquellos que sufrieron el hambre con toda su crudeza, sino también, aunquesea de manera un tanto más superficial, a aquellas otras que narraron el problema desde ladistancia del exilio, o aquella otra particular relectura que el régimen franquista tenía de lacuestión. He atendido, por lo tanto, se podría decir, a dos “ficciones”-la del régimen y lasopuestas- en términos de Geertz (1987), a las que he tratado de confrontar las vivenciasde la gente en un intento de matizar lo máximo posible lo que ocurrió, mostrando paraello tres verdades muy diferentes en torno a un mismo hecho, y siempre quedando claroque el término “ficción”, en el sentido cultural de la palabra que aquí se usa, no se refiere auna falsedad o a una interpretación equivocada, sino que más bien alude a las diferentesrepresentaciones del entorno que los individuos hacen en un momento dado y que, comotodas, incorporaban parcialidades.Con respecto al régimen, he procurado de mostrar la forma en la que éste llegaría afabricar toda una ficción propia en base a un halagador auto-retrato de las bondades quesuponía adherirse a sus preceptos, algo que pronto se acabaría convirtiendo en unaverdadera caricatura de la situación a la que asistían atónitos la mayor parte de losespañoles que, miraran donde miraran, no podían ver aquel particular mundo franquista,y sí, por el contrario, las desgarradoras estampas de la pobreza, las enfermedades, elhambre y la desnutrición. El l régimen se esforzó por conformar una auténtica verdadpropia a través de toda una suerte de “paz gráfica” con la que Franco trataba desuministrar un “placebo” basado en verdaderas cortinas de humo. Una construcciónmonolítica, todo sea dicho, que se encontraba a medio camino entre la ceguera pretendida,la relectura, las ambiciones y los intereses, y de la que sin duda la población era consciente,pero ante la que probablemente prefirieron mostrar cierta ceguera autoimpuesta máspreocupados, como estaban, por intentar sobrevivir.Casi como una consecuencia inevitable, no tardaron en aparecer otras versiones muydiferentes a las del régimen que ofrecieron su propio relato de lo que estaba pasando enaquella España de postguerra. Fueron otros discursos que bebieron de las fuentes másvariadas y consiguieron ver la luz para mostrar una España que nada tenía que ver con lasinmaculadas escenas de la propaganda falangista. Fueron aquellas otras ficciones opuestas,alternativas, paralelas, en ocasiones subversivas podríamos decir. Otra forma de narrar lascosas, otra forma de ver lo que estaba pasando que se alejaba como la noche del día delrelato “oficial”.Aquellas “otras” versiones se podían y aún se pueden encontrar hoy en día en las viejaspáginas de la prensa republicana editada en el exilio. También era, y es posible, hallar unacotidianidad diferente en los escritos e informes secretos a los que con el tiempo hemospodido acceder y que, en su mayoría, provenían de observadores internacionales, sobretodo Diplomáticos y cuerpos oficiales destinados en España. Igualmente resulta posibleconsultar los diferentes estudios de carácter médico a través de los cuales algunasorganizaciones internacionales trataron de aproximarse a las carencias alimentarias y a susconsecuencias. También las artes era una fuente excelente -a través de algunos de susgéneros- para dar testimonio de lo que ocurría. Y, por último, también es posible bucearen los rincones de la trastienda de la época a través de las imágenes y los reportajespublicados por un nutrido grupo de intrépidos fotógrafos que se mostraron deseosos dealumbrar la realidad fascinados por un país que desde el exterior se veía como una raraavis.VivenciasLa España de postguerra se convertiría con todo ello en un país cuya vida acabó transitandoentre verdades parciales; entre ficciones; entre certezas de los unos y de los otros; entremundos dispares y del todo antagónicos. Sin embargo, entre toda aquella densa bruma depolvo capaz de envolverlo todo también había un pueblo de gente corriente, de gente de apie; gente común que subsistía como podía, agazapados para no hacer ruido y no llamar laatención amedrentados como estaban por la espiral de violencia que todo lo permeaba.Mudos, ocupados en encontrar cualquier cosa que llevarse a la boca. Personas que día trasdía se levantaban para enfrentarse a la cruda realidad de una Extremadura y de una Españasumidas en la más triste de las pobrezas, muy distinta de aquella que el régimen trataba demostrar.Era un pueblo angustiado, petrificado no solo por el odio y el rencor salidos de la guerra,sino también por la losa que sobre ellos pendía al soportar la cotidiana incertidumbre delas carencias de todo tipo como forma de estar en el mundo. A medida que la postguerra ylas políticas autárquicas fueron avanzando, el universo culinario anterior a la guerra de lamayor parte de los extremeños se fue reduciendo a poco más que un mendrugoacompañado por un puñado de legumbres, regadas por una mínima cantidad de aceite, siera posible, alguna sopa o “guiso lavado”, un excepcional consumo de productos cárnicosque se reservaba, si es que se podía, para los momentos festivos, y un muy limitadoconsumo de frutas y verduras. Eso era todo. Ya no quedaba nada o casi nada de lo queanteriormente había configurado platos y servía para la comensalidad, de modo que muchaspersonas se vieron empujadas a caminar por el abismo de los límites. Pobres abocados a ladesesperación del que no tiene nada para comer, donde las preocupaciones las marcaba labúsqueda por encontrar algo que llevarse a la boca.La comida y sobre todo su escasez como determinantes actitudinales de primer orden, perotambién como matrices de unos sentimientos que todo lo permearon, consecuencia de eseineludible nexo entre lo emocional y lo alimentario. A aquella España oscura, de luto, tristey con miedo recién salida de la guerra y en plena orgía de represión; se le unió otra Españarebosante de penas, de lágrimas y de añoranzas por las raciones menguantes que crearonun clima emocional construido alrededor de la turbación y de unas escaseces que se alzaroncomo paradigma de la desgracia. Un país melancólico, de “mal humor” como indica Arasa(2008), que vagaba desconsolado por las afligidas noches de un tiempo de pesadumbre.Ante aquella situación, la respuesta de una buena parte de los extremeños vino en formade una extraordinaria multiplicación de “estrategias” –tanto mayor la respuesta a mayor lapenuria- de adaptación frente a las escaseces y el hambre, a través de lo que algunos autoreshan llamado como “armas de los débiles”. Todo un conjunto de maniobras de resistenciacotidiana que variaron en diferentes momentos o circunstancias condicionadas por losimaginarios y las nociones morales en liza (Rodríguez Barreira, 2011, p. 19; 2013, p. 151-158) y que, en tiempos de convulsión, de odio, de imposiciones y de divisiones, es muyprobable que se comportaran como auténticos estabilizadores sociales. La mayor parte deaquellas personas, se podría decir, respondieron con una batería de “medidas urgentes”(Thompson, 1971) , de retóricas o resistencias culturales, que las llamaría Carrithers (2009,p. 6) si el enfoque es el de un etnógrafo, que se multiplicaron en una circunstancia límite ycuyo objetivo fue el de luchar contra la acuciante necesidad de saciar el apetito; perotambién el de hacer frente a las nostalgias que inevitablemente crecían ante las ausenciasculturales.Hecha la referencia a Carrithers, merece la pena acercarse a la definición que el autor hacede cultura cuando habla acerca de cómo ante la continua amenaza de la incertidumbre, dela oscuridad y del peligro, la gente responde aplicando el conocimiento nativo y los“ingenios de la cultura” extraídos de un fondo común, para con ello alejarse de lo incoado(2005, p. 442). Nada más incoado hay que el hambre y la necesidad extrema, por lo queesos ingenios, esas retóricas capaces de conectar lo aprendido -el fondo de reserva demateriales mentales y disposiciones de las que disponemos- con lo que sucede (Ibid., 2009),también aparecieron en la postguerra española.Ante la llegada de las raciones menguantes, las incertidumbres y las nostalgias, una buenaparte de la población respondió con una réplica poliédrica de recursos culturales ante unhecho tan complejo y con tanta capacidad de generar padecimiento físico y moral como esla falta de alimento. Algo que, por otra parte, no podía ser de otra manera, si nos atenemosa la definición que Mauss (1950, p. 147) hace de la alimentación como un “fenómeno socialtotal”, y que obliga a que cuando aparece el anverso de su moneda, el hambre, lasrespuestas no puedan ser simples, limitadas al acopio de comida en términos estrictamentemateriales; sino que más bien precisan de ser “totales”, en el sentido de que también debendarse posibilidades y alternativas que den cabida a esos transcendentales planos simbólicosy culturales asociados a la comida.En este terreno de complejas respuestas, el estraperlo y el “mercado negro” se alzaroncomo un fenómeno de trascendencia social a la que se vio abocada una buena parte de lapoblación empujada por la crítica miseria cotidiana los que más; pero también por las ansíasde enriquecerse los que menos. Ya fuera como suministradores, como consumidores, o yafuera como intermediarios, casi todo el mundo acabó participando en la postguerra de unasuerte de economía informal “adaptada a un sistema de subterfugios” -que indica Delgado(2000, p. 162)-, regida por sus propias leyes que se deslizaban al margen de la legalidad paracrear toda una estructura paralela de aprovisionamiento (Medina García, 2003, p .115).Junto al “mercado negro”, no hay que olvidarse de aquello que algunos autores han llamadocomo “mercado gris”. Un recurso de acopio que en esta ocasión llegaba desde lo másprofundo de la ruralidad extremeña y que en ciertos momentos llegó a cobrar en la regiónuna transcendencia inusitada. Algo que en cierto modo supuso una ventaja decisiva paraenfrentarse a la precaria situación de la época frente a otros lugares de la geografía españoladonde no fue posiblePor último, entre las retóricas que he analizado cuyo punto en común era el de moverse almargen de las normas del Estado, parece imposible no hacerse eco de un fenómeno quefue fiel reflejo de hasta qué punto surgieron fricciones en una sociedad en la que lasdesigualdades hacían que a duras penas pudieran convivir el derecho a la propiedad con elderecho fundamental a la vida. Me refiero a los pequeños hurtos o robos que eranpracticados por personas de muy humilde condición a las que ni tan siquiera les quedabael recurso de acudir otras posibilidades.Con respecto a la solidaridad como retórica, se podría decir que se trató de una estrategiadinámica determinada por las circunstancias individuales y familiares. No se podría, portanto, hablar de una uniformidad de comportamientos o de una estrategia o respuestacultural generalizada como otras muchas etnografías han sugerido; y sí más bien de unaretórica ciertamente dinámica que variaba en función de los entornos de hambre y de ladisponibilidad de alimentos. Una serie lineal de adaptaciones al estrés que determinaría que,mientras que para algunos la solidaridad fue una elección, para otros muchos fue unaverdadera estrategia o retórica cultural que se vendría a sumar a las que vengo describiendo.Con respecto a la elección continúa de la cuchara como respuesta a las escaseces que analizoen el texto; desde mi punto de vista sería una nueva estrategia, en este caso exclusivamentede carácter cultural o simbólico, con la que los extremeños de la época reaccionaron antelas crecientes ausencias en la dieta. De este modo, con lo poco que se podía conseguir setrataba de utilizar la cultura para que las comidas “llenaran” o “saciaran” en lo materialtodo lo posible, pero que también lo hicieran en los planos simbólico e ideológico.Los relatos hablan de cómo ante los crecientes problemas, los recursos y los ingenioscomentados fueron cada vez mayores; como sí a muchos la necesidad de seguir adelanteles hubiese hecho aún más fuertes; como si la cultura hubiera sido su gran aliada alpermitirles responder rescatando todas esas potencialidades que se encuentran en un fondocomún y que se activan solo ante la llegada de vicisitudes (Carrithers 2005; 2009). La culturacomo oportunidad, un hecho que sin duda merece de cierta reflexión, puesto que al menosen principio iría en contra de una de las afirmaciones más repetidas en la antropología dela alimentación desde los tiempos de Holmberg ([1950] 1969), cuando afirmaba que antela llegada del hambre era inevitable que la naturaleza sobrepase a la cultura. Lo que ocurrióen la postguerra fue justo lo contrario, en el sentido de que llegaron nuevos ingenios enforma de una verdadera multiplicación de reacciones, de intentos de apuntalar lo material,pero también los cimientos de lo cultural. Un creciente número de argucias y de recursosculturales que trataron de combatir aquella batalla que había llegado después de la guerra;quizá la peor de las batallas, la del hambre.De este modo, hubo otro grupo de respuestas que invocaron a la inventiva y a los recursosimaginativos. Llevarse algo a la boca se convirtió en un ejercicio que precisó de unas dotesde imaginación que por aquellos tiempos encontró un amplio campo para expresarse(González de Turmo, 2002; Abella, 2008). En la postguerra se hicieron verdaderosesfuerzos por darle a los alimentos disponibles el aspecto y el lugar de aquellos que faltaban;todo con el objetivo final de que permaneciera el significado cultural, para que continuaranvivas todas sus propiedades simbólicas más allá de los puramente materiales. La postguerrafue, por tanto, el escenario perfecto para eso que Fischler llamó toda una suerte de“bricolaje culinario” (1995, p. 157) destinado a reproducir lo mejor posible los platos y losalimentos cuyas ausencias generaban las mayores penas y nostalgiasAún con todo, los rigores de un hambre que no daba tregua obligaron a muchos a ir inclusomás allá. Llegaron a comerse alimentos que poco antes eran impensables y que siempre sonrechazados en tiempos de bonanzas. Alimentos a los que Leach (1974) se refirió en sumomento en términos de “conscientemente tabuizados”, y que son dejados al margen oson solo utilizados para dar comer a los animales. Un tipo de cocina y pertrechos que en lapostguerra entraron en juego a través de una plasticidad cultural capaz de ensanchar loslímites de las definiciones de lo que se considera comestible.A estos revivals alimenticios además se sumaron los “acercamientos”. Me explico. Cuandohablo de “acercamientos” trato de categorizar de alguna manera aquellas aproximaciones ala órbita de lo que resulta comestible, en términos culturales, de esos alimentos situados enel imaginario incluso más allá de la periferia, es decir, alimentos que podríamos definir conel término de “lejanos”. Me refiero aquí a aquellos alimentos que son tan distantes yapartados que resultan del todo denostados para su consumo, y que por lo tanto adquierenla categoría de tabú, “inconscientemente tabuizados” que para este caso diría Leach (1974),dado que su uso es siempre rechazado y provoca todo tipo de repulsas. Serían, esosalimentos que ni siquiera se consideran nutritivos en modo alguno y que, apropiándomede términos del mismo Lévi-Strauss, resultarían malos para pensar, y en consecuencia sedestaparían como malos para comer. Sin embargo, en tiempos de carencias, donde loslímites se ensanchan hasta lo insospechado, se consumirían a través de recetas culinariascomo ingenios culturales. Formas de camuflaje y arquitectura culinaria que posibilitaron enel caso de la postguerra el cambio topológico y con él, la modificación del estatus ideológicoque permitía que lo lejano se acercara y lo cercano se alejara.La renuncia consciente a una buena parte de las particularidades organolépticas de aquelloque se comía, es decir “hacer de tripas corazón”, fue otro de los recursos culturales que seutilizaron. Para muchos, especialmente los más necesitados, fue necesario toda unadeconstrucción de las significaciones asociadas a las propiedades de la comida tanimportante que llegó a adquirir el corpus de una nueva “arma” o “estrategia” deafrontamiento, para lo que se sacrificó la importancia de casi todas las sensaciones en arasde perpetuar el significado y de mantener la posición de los alimentos en la estructuraalimentaria (González de Turmo, 2002, p. 304).Pues bien, a través de todas estas “estrategias”, “armas de los pobres”, “armas de losdébiles”, “ingenios de la cultura” o “recursos culturales” relacionados con la comida y elcomer, los extremeños trataron de ampliar los pocos alimentos que las políticas autárquicashabían dejado disponibles, al tiempo que en cierto modo se luchaba por no renunciar a laestructura nutritiva que era tradicional. Revestidas de la cultura gastronómica propia,algunos miembros de las clases altas, pero sobre todo los que formaban parte de losestamentos medios, recurrieron a una multiplicación de formas de afrontar el hambre quellevaba implícito un desesperado intento de conseguir comida, pero al mismo tiempo deno renunciar a la propia entidad culinaria, de no desistir a los significados. Trataban, sepodría decir, de llevarse a la boca lo que se podía, pero buscando siempre evitar sobrepasarciertos límites que condujeran al marasmo cultural. Así, las estrategias de postguerra frenteal hambre se dieron en un plano que fue necesariamente mixto entre lo material y locultural, una unión indisoluble en el sentido expresado por De Garine (1994) cuando indicaque no hay ninguna razón por la cual los puntos de vista utilitarios y simbólicoestructuralistadeban excluirse el uno al otro.De este modo, la cultura, en el sentido que Carrithers la entiende (2005; 2009), se alzó enlos primeros años del franquismo como vehículo -al tiempo que como guía y oportunidadquese utilizó contra el hambre y las cada vez mayores carencias, demostrando una vez másla posibilidad que tienen los agentes sociales de dar respuestas subjetivas a situacionesobjetivas (Godinho, 2018). Porque el hambre lo es de alimentos, pero también lo es deidentidad, de símbolos y de significados, y por ello es necesario que, además de procurar elmero acopio material, se realicen esfuerzos dirigidos en el sentido de paliar también lasausencias y los vacíos simbólicos en la línea que indica Vernon (2011), cuando asevera queincluso en la privación material más dura los factores culturales son tan importantes comosu realidad más cruda.En todas estas respuestas, no resulta posible olvidarse del papel que jugaron las mujeres,que sin duda merece ser documentado y al que resulta imprescindible acercarse si lo que sepretende es ser fieles en la descripción y la interpretación de la postguerra española. Altiempo que cualquier publicación que pretenda indagar en la alimentación, o en su reverso,es decir, las consecuencias y los afrontamientos del hambre, debe tener siempre en cuentala variable sexo/género; puesto que las mujeres son y han sido, como apuntan Mennel,Murcott y Otterloo (1992), quienes al final han acabado velando históricamente por laalimentación dentro del núcleo familiar, merced a una evidente asunción natural delcuidado de los miembros de la familia, que diría Mabel Gracia (1996).Fueron ellas principalmente la base fundamental de gran parte de las prácticas o recursosculturales que se utilizaron contra el hambre: el micro-estraperlo o el “mercado negro”, tanrecordados en Extremadura, son buenos ejemplos de ello. Que fueran también ellas las queesperaban pacientemente las largas colas del racionamiento; que fueran ellas las queprotestaran ante las injusticias de la época; y que fueran ellas, también, las que aparecieranen mayor medida como responsables de aquellos pequeños hurtos cuyo único objeto erael de poder comer (Rina, 2011, p. 596). Pero no solo esto, puesto que la inventiva eimaginación, los aprovechamientos, los sucedáneos y un sinfín de formas más de encararlas carencias tuvieron en la postguerra un evidente nombre de mujer.No obstante, no todos pudieron esgrimir las mismas respuestas. Hubo -así se deduce delos relatos que he podido recopilar- también en la Extremadura de postguerra ese tipo dehambre que empujaba de forma irreversible hacia el particularismo y hacía elindividualismo. Esa hambre que aparece en unas narrativas que sobrecogen al serescuchadas porque hablan de desesperación y de límites mutilados hasta donde laimaginación puede llegar. Un hambre sobre todo de carácter rural que se cebó sobre todocon aquellos a los que ya me he referido como los estamentos más bajos del campoextremeño y que otros autores como García Pérez (2010) han llamado “campesinospobres”. Hubo un hambre en Extremadura de carácter a-cultural, donde ya no era posiblepensar los alimentos, donde ya no había estrategias o recursos culturales que sirvieran deguía porque los límites se habían sobrepasado. Ya no valía la memoria colectiva dehambrunas remotas desde la que incorporar alimentos, ni cucharas que saciaran… ni nada;puesto que las emergencias de los cuerpos famélicos solo atendían a comer, lo que fuera.Porque cuando el hambre apretó la presión de la naturaleza sobrepasó a la cultura y empujóa comer cualquier cosa al estilo de lo que en su momento afirmó Strauss (1976, p. 389).Quienes caminaron por los espacios de aquella hambre lo hicieron, como muestran losrelatos, por plazas sombrías cuyo tránsito supuso alejarse de lo humano para acercarse a loanimal, puesto que somos más humanos cuánto más saciados estamos, afirma Caparrós(2014). Solo así es posible explicar la forma de comportarse de aquellos seres famélicosque, acuciados por el terrorífico puñal de la necesidad, obraban más como resesembravecidas que como personas racionales. Espacios donde la cultura ya no definía alhombre y donde sin ella el hombre se convirtió en “bestia”, tal y como lo define Crescencia:“Como las bestias, claro que sí, claro que sí. Comíamos lo que podíamos como si fuéramosunas auténticas bestias. Había otras hierbas que se criaban mucho cuando llovía porque enaquellos años estaban todos esos parrales llenos de hierbas. Esas hierbas, el regajo, los aderoneslos comía mucha gente. Los regajos en ensalá … porque eso se criaba mucho en los canchales. Ibascon una tijera, le cortabas ná mas así porcima , y si tenías mucha hambre te los comías tal cual[…] Y se echaba mano de los algarrobos, comida para los animales, qué abriéndolos les acabanlas semillas qué puestas a remojo sustituían a las ausentes lentejas. Como si fuéramos bestias. Esoes para el ganado, pero lo comían las personas…”.RepresentacionesUn elemento esencial de lo que vengo aquí contando es el que supone que al bucear entrelas mareas de una memoria tan traumática como es la que se deriva de la falta de alimentos,no solo cobra trascendencia el rescate de las vivencias, las respuestas o la interpretación delos comportamientos que he venido relatando; sino que, además, cuando uno trata de hacerlo que se supone que hacen los antropólogos, es decir pensar a cerca de los marcos designificación y las representaciones mentales, cobra también especial trascendencia laconstrucción que los individuos han hecho de toda aquella experiencia en el presente.Relacionado con ello, en esta etnografía hubo un echo de especial importancia que meobligó a una profunda reflexión, máxime cuando he de reconocer que en los primerospasos derivó en una suerte de nudo gordiano -en el sentido de que no lograba crear categoríasadecuadas para situar lo que los informantes me estaban contando-. Me refiero, a que muya menudo en las entrevistas algunas categorías se repetían una y otra vez, a pesar de que setrataba de distintos informantes y a pesar también de la continua presencia de amnesias yolvidos. Hablo de la continua presencia de dos condiciones cuya diferenciación resulta,desde mi punto, esencial en el fondo reflexivo que subyace en esta Tesis, cuales son las de“hambre” y “escasez”. Grosso modo se trataría, el “hambre” y la “escasez”, de dos realidadesque según las evidencias rescatadas habrían convivido en la postguerra extremeña, dosámbitos de significación diferenciados -algo así como la distinción que realiza por DeGarine (1990) entre “apetito” y “hambre” - reconfigurados con el paso del tiempo y quedesde mi punto de vista bien podrían corresponderse la primera –“el hambre”- con larepresentación derivada de los comportamientos más extremos de carácter individualistaque ya he descrito; y con aquella otra construida por las personas cuya respuesta a lascarencias estuvo plagada de estrategias de afrontamiento ante el hambre, la segunda –“laescasez”-.Fue, así lo creo yo, la ausencia total del pan de trigo como alimento cultural básico y laimposibilidad de conseguirlo la clave de bóveda sobre la que se construyó -y aún se sigueconstruyendo- esa transcendental separación, puesto que son muchos los testimonios quesitúan justamente ahí el punto de diferenciación, un aspecto que abordaré con detenimientoen el epígrafe siguiente en el que presento las conclusiones de esta investigación.ConclusionesFinalmente he decidido poner punto final y broche de cierre a esta investigación a travésde dos grandes bloques de conclusiones. Por un lado, hablo de aquellas que podríamosllamar de un índole social y cultural; mientras que del otro se situarían aquellas de un carizmás político.En relación con los aspectos sociales y culturales, esos a los que el antropólogo debeatender de forma innegociable en toda investigación, esta etnografía se ha movido por losmismos senderos ideológicos que tantas reflexiones anteriores han concluido; cual es laconfirmación de que, como diría López García (1998), los alimentos no son con muchouna masa indiferenciada de materias y energías, sino que a ello también hay que sumarle latranscendencia que tienen las valoraciones, las concepciones y las emotividades que tienenasociados, es decir, su propio capital simbólico. Un hecho que acaba determinando que lacomida y el comer, pero también su ausencia, es decir, el hambre, se alcen como ununiverso extraordinariamente complejo repleto de sentidos y significacionescontextualmente definidos, cuyo análisis precisa irremediablemente de un dialogo entrevariados frentes, incluyendo siempre ese particular ángulo de visión que solo es capaz dealcanzarse desde la lente ofrecida por la cultura. Por lo tanto, la primera conclusión de estainvestigación no es para nada original, y vendría determinada por la confirmación de laimposibilidad de mirar al hambre de forma “holística” si ello no se hace también desde elanálisis que es capaz de aportar la antropología, sobre todo porque, como dijo Barthes(2006), sus unidades de análisis son muy distintas de las utilizadas por el resto.Con este hecho asumido, la forma en la que yo me he enfrentado a esta etnografía ha sidosimilar a la que probablemente lo hubieran hecho en su momento De Garine (1994) oGoody (1995), cuando indicaban que no hay ninguna razón para que los puntos de vistamaterialistas y simbólicos se excluyan mutuamente, puesto que ninguno de los dos tiene elmonopolio de la razón.Sobre esta base, algo que podríamos entender como los cimientos teóricos sobre lo que seha construido todo lo demás, a lo largo de esta Tesis Doctoral he reflexionado hondamentea cerca de la centralidad cultural del pan de trigo en los tiempos de postguerra -perotambién antes -. No se trata tampoco de nada nuevo, puesto que como afirman De Gariney De Garine (1998) algunos alimentos tienen la capacidad para centrar la atención en uncontexto determinado, algo que ha ocurrido sin duda para el caso de las culturasmediterráneas, donde el pan de trigo ha tenido una trascendencia histórica sin parangón.Sin embargo, lo que he tratado de exponer en este escrito va más allá, al subrayar que, entiempos de carencias, como fue el caso de la postguerra, el pan y su falta fueron tanimportantes que se erigió como la piedra de bóveda capaz de determinar respuestas ydemarcar fronteras; algo con tal fuerza que incluso sus consecuencias han llegado hasta elpresente.Respecto de las respuestas, esta investigación ha tratado de demostrar el hecho que suponeque las réplicas al hambre de postguerra fueron una lucha mucho más densa y complejaque la que supone encontrar algo que simplemente llevarse a la boca. En cierto modo, loque he venido a poner sobre el tapete ha sido justo lo contrario de lo que en su momentoafirmaron autores clásicos de la antropología alimentaria de la talla de Holmberg ([1950]1969) o Turnbull (1972) entre otros, para quienes ante la llegada del hambre era inevitableque la naturaleza sobrepasara a la cultura. Lo que yo he concluido, por el contrario, ha sidoque, ante la cada vez más acuciante situación, gran parte de la población reaccionó a travésde un buen número de ingenios que lucharon por apuntalar los recursos materiales; peroque, además, lejos de caer en una disolución que podríamos llamar turnbulliana, también seesforzaron por asegurar los cimientos de lo cultural. Respuestas que pretendieron como eslógico acopios alimenticios ante las escasas posibilidades de bienes de consumo a los quela población tuvo acceso como consecuencia de las políticas franquistas; pero que tambiénbuscaron con ahínco la reparación de un tejido simbólico culinario gravemente dañado.Algo que explicaría los enconados empeños por no comer cualquier cosa, aunque ésta nosiempre fuera la mejor posibilidad desde el punto de vista estrictamente nutricional. Deeste modo, en la postguerra se dieron desesperados intentos por buscar una mínimanutrición que colmara los estómagos cada vez más rugientes, al tiempo que se hicierongrandes esfuerzos por saciar una mente que clamaba consuelo con una fuerza creciente.Es por todo ello, por lo que a aquella pregunta que me realizaba en su momento sobre dequé manera afrontaron los extremeños de forma general aquel famélico estado que segeneró, la respuesta la he dado a partir de la hermosa definición que Michael Carrithershace de cultura (2005; 2009). Para el autor -y en consecuencia para mi mismo en relacióncon el contexto de la postguerra- la cultura se alzaría como un recurso y no como algo quese diluye ante las dificultades, al entenderla como un fondo de disposiciones,potencialidades y posibilidades que son capaces de servir de guía para las personas ante laamenaza de la incertidumbre y la oscuridad, para alejarse, se podría decir, de lo incoado,representado en este caso por el hambre. Sin una aparición necesariamente lineal, como yahe comentado, la mayor parte de los extremeños respondieron, a medida que las escasecesaumentaban, con un creciente número de “armas” o de “herramientas” que parecierontomar vida y que tuvieron como punto de partida, al mismo tiempo que objetivofundamental, al pan; aunque también fueron importantes otros alimentos que resultabanintensamente significativos. “Ingenios de la cultura” que generaron importantes cambiosen múltiples planos que fueron tan fuertes que incluso llegaron a determinar alteracionessociales y culturales, provocándose redefiniciones morales colectivas o dinámicascambiantes en torno a categorías sociales de la importancia de la solidaridad o institucionescomo la familia.Pero como todo en la postguerra y sobre todo en Extremadura, las decadentes racionestambién tuvieron un marcado gradiente social. No todos los cuerpos sufrieron de igualforma el impacto de las raciones mermadas, ni todos pudieron esgrimir las mismasrespuestas. Así, esta investigación también ha mostrado relatos de una Extremadura sumidapor completo en una desesperación que se cebó sobre todo con aquellos a los que PérezGarcía (2010) ha llamado “campesinos pobres”. Un hambre principalmente -aunque noexclusivamente- de índole rural -al contrario de lo que ocurrió en otros contextos- que sedio entre aquellos que moraban recónditos pueblos sometidos al aislamiento y laautosuficiencia, y donde es posible afirmar que se dieron comportamientos en los márgenesque podrían encontrar, ahora sí, un cierto atisbo de paralelismo con aquellos que se dieronentre los siriono o los ik, por citar solo los ejemplos más conocidos. Una Extremaduradonde era posible aplicar la metáfora de López García y Mariano Juárez (2015) según lacual “por donde pasaba el caballo del hambre, era imposible que crecieran los campos dela cultura” (p. 1890). Una Extremadura de particularismo y comportamientosindividualistas, de desesperación, de cultura arrasada y de límites mutilados; de fragilidaddel orden y de las instituciones; de marasmo e incoación. Unas clases pobres que se vieronen definitiva avocadas a sufrir el hambre en un doble sentido: el de la falta calórica, por unlado, pero también el de la incapacidad para jugar con estrategias culturales que pudieranatemperar la pérdida de valores simbólicos.Situar cual fue la frontera capaz de determinar que hubiera personas que de un ladotransitaran por sombríos abismos, mientras que del otro aún era posible recurrir aestrategias de afrontamiento, ha sido quizá el momento reflexivo culmen y la gran conclusiónde esta investigación, máxime cuando de los relatos de mis informantes resulta sencillodeducir que muchos de ellos debieron moverse peligrosamente en el filo de la navaja. Aquí,es cuando entra en juego la desventaja a la que se enfrenta un etnógrafo que se ve inmersoen un trabajo de campo al que llega con varias décadas de retraso, y por lo tanto sin laposibilidad de explorar el entorno etnográfico in situ. Aún así, me muestro convencido deque esto no es algo indispensable, y de que resulta posible dar respuesta a esta pregunta enlas representaciones culturalmente construidas que mis informantes hacen en el presentesobre lo que allí pasó, siempre que para su análisis se utilice el enfoque adecuado. Algo quepor otro lado se incardinaría a la perfección con otra de las preguntas que me he realizadoen varias ocasiones, y que tiene que ver con la forma en la que aquellos tiempos han llegadohasta nosotros teniendo en cuenta que los recuerdos no son una mera cuestión dereconstrucción, sino que además también lo son de percepción, apreciación y significaciónactual. Frente a la búsqueda de la verdad histórica, se podría decir, la memoria se asumecomo una particular mezcla de hechos, ficciones, recuerdos inventados y paso del tiempoque nos permite hablar del pasado, pero desde el presente. Teniendo en cuenta esta idea,es cuando se alzó como realmente significativo el hecho que supuso que en muchas de misentrevistas dos categorías se repitieran una y otra vez. Hablo de las dos condiciones que hetratado de diferenciar a lo largo del texto: el “hambre” y la “escasez”, y que fueron las queme pusieron sobre la pista de la línea divisoria a la que anteriormente me refería.Para la mayor parte de mis informantes, el recuerdo de la situación vivida por su familiaen los tiempos de postguerra está mediado a través de la representación de “escasez”,entendida como un estado casi liminal que ni era estar “saciado” ni era estar“hambriento”. Podríamos decir que, para ellos, desde la reconstrucción del presente, seadvierte de la realidad del hambre, a la vez que de alguna manera parece ser negada, hastael punto de que en muchas ocasiones aparecería exclusivamente en la piel de otros. Ahorabien, cuando estos informantes me contaron que escaparon del hambre o que la sufrieronmenos que otros vecinos, no quitaban ni mucho menos razón a su presencia y efectosfunestos, por el contrario, aunque parezca paradójico, lo que estaban haciendo en miopinión era enfatizar la presencia de aquellas estrategias que he descrito a lo largo deltexto, generándose a partir de ellas un cierto grado de saciedad simbólica capaz dedeterminar una memoria de resistencia y negaciónFrente a ellos, se situaron aquellos otros que no dudaron en hablarme de hambre, de un“hambre del de verdad”, “hambre del duro”, un hambre para el que no había consuelo deningún tipo. Una realidad que desde mi punto de vista se correspondería en este caso conla representación generada entre aquellos otros extremeños que eran tan pobres que notuvieron la posibilidad de recurrir a retóricas de ningún tipo, y que en consecuencia sevieron empujados a caer en las redes de los comportamientos más extremos. Un recuerdopara el que mis informantes son capaces de situar con claridad la frontera en laimposibilidad de acceder al preciado pan de trigo, puesto que bajo esas circunstancias lapobreza fue de tal calado que hacía inviable cualquier tipo de estrategia de acopio ya fueramaterial o simbólico. Sin acceso ni tan siquiera al pan, la construcción que se hace ennuestros días se encuentra desprovista de cualquier tipo de saciedad -especialmentesimbólica-, al tiempo que envuelta en un cierto halo de angustia, tristeza y memoria defracaso que sirve de argamasa para la cimentación de un recuerdo explícito de “hambre”.Con todo, resultaría posible hacer extensible a la postguerra extremeña la expresión deMariano Juárez (2011) cuando afirmaba que la falta de cultura -en este caso la falta de pande trigo- es la que lleva al hambre; conformándose con ello la píldora que condensaría lamayor conclusión de esta Tesis Doctoral, la cual indicaría que para el contexto de lapostguerra española los tiempos sin pan -de trigo-, fueron y son, como ya se adelantaba enel título de esta Tesis Doctoral, tiempos de hambre:“Por mucha comida que comieras, si no comías pan había hambre… porque estábamosacostumbrados a eso. Y si no había pan es como si no comieras… usted no sabe el hambre quellegamos a pasar sin pan…”.Encontrar una explicación a esta diferenciación entre “hambre” y “escasez” remite, portanto, al menos esa es mi opinión, sobre todo al análisis de los planos simbólicos y lacapacidad para “reconstruir” los hechos. La memoria es ciertamente selectiva, de tal maneraque tiende a quedarse con aquello que significa, aquello que realmente le resulta importante.Es, por tanto, desde la distancia de los recuerdos que vuelven hoy en día ante las preguntasy las indagaciones del etnógrafo, donde resultaría posible constatar la construcción de uncierto grado de saciedad posibilitada por las estrategias puestas en liza y cimentada en lapresencia, por pequeña que fuera, de aquellas propiedades simbólicas consideradasesenciales -especialmente el pan de trigo-. Algo que resulta posible afirmar porque comoindica Douglas (1995, p. 172), la “plenitud” o “saciedad” no es un concepto meramentefisiológico, sino que más bien es la cultura la que crea en los hombres el sistema decomunicación referente a lo que es o no es “saciedad”.Lo que trato de decir, por concluir, es que, con el devenir de los años, la frontera que seconstruye en el presente entre las representaciones de “escasez “y” hambre”, situadasegún mis informantes a partir de la presencia o ausencia del pan de trigofundamentalmente, se vuelve significativa, puesto que vendría a coincidir plenamente conaquella línea que en el pasado separaba a los que fueron capaces de llevar a cabo retóricas,los primeros; y con aquellos otros que se vieron sumidos en el marasmo e incapaces detodo tipo de respuesta, los segundos. Esto no quiere decir ni mucho menos que aquellosque me hablan de “escasez” no pasaran en realidad un hambre atroz, sino que, a partirdel paso del tiempo, se podría decir, entre ellos se habrían impuesto los patrones de tiposimbólico por encima de los balances nutritivos, lo que permitiría dar cabida a cierto tipode negaciones. Algo que para nada parece corresponderse con la devastada situaciónnutricional de la región4 que fácilmente se puede objetivar a partir de los datosantropométricos (Linares y Parejo, 2013; Linares y Valdivieso, 2013) o las evidencias quehan llegado hasta nosotros en forma de cifras que hablan de mortalidad infantil,enfermedades carenciales o informes sanitarios pasados.La experiencia del hambre, por concluir parafraseando a Mariano Juárez y López García(2013), se enmarcaría por lo tanto dentro de unas reglas culturales determinadas queofrecen sentidos y significados particulares, algo que sin duda también ha ocurrido en estainvestigación. Por ello, la realidad del hambre y la construcción de su memoria no puedesimplemente objetivarse a través de censos alimentarios o medidas antropométricas. Muyal contrario, puesto que se alza como un fenómeno que también es intensamente -y a vecesfundamentalmente- cultural, de tal manera que al ser mirado desde las lentes del etnógrafoel concepto se ve tensionado de tal manera que lo que en un principio podría suponersecomo algo universal y uniforme, se vuelve ciertamente dúctil, hasta el punto de que vienedeterminado por la confluencia que se da entre transacciones simbólicas con aspectosmateriales.Desde esta perspectiva en la que el hambre es un hecho fundamentalmente cultural queestá directamente relacionada con la ausencia de aquello que tiene importancia y significadocontextual, es cuando resultaría posible comprender el hecho que supone que este tipo dehambre “subjetivo” prolongue sus traumáticos efectos deletéreos en el tiempo, algo quepodría ser llamado como “memoria del hambre”, o más bien “memoria de los efectos delhambre”. Bajo este enfoque, sería posible explicar el fuerte poso que aquella hambre depostguerra ha sido capaz de generar durante mucho tiempo después en las dietas de laspersonas que lo vivieron en sus propias carnes -sobre todo de los más pobres-; y que ha4 Un razonamiento que quizá también sería posible aplicar para el caso de Las Hurdes cuandorechazaban años después el hambre a partir de la existencia de pan. O los chortí, que para elcaso de Mariano Juárez (Ibid.) también la negaban cierto tiempo después ante presencia de“tortillas” de maíztenido tal fuerza que incluso ha logrado permear el imaginario colectivo y los hábitosculinarios de generaciones posteriores.No obstante, debo reconocer que la influencia de las consecuencias del hambre depostguerra es algo que parece encontrarse en cierta dilución, tal y como se deduce de laobservación de una suerte de desapego creciente que los más jóvenes mantienen respectode aquellos años y aquellas circunstancias. Es por ello por lo que no solo se da un ciertosentimiento de incredulidad hacía lo que allí pasó, sino que además este distanciamientoderivado del paso del tiempo ha contribuido en cierto modo a acelerar una transiciónalimenticia impuesta por los nuevos contextos sociales y que ha propiciado en unimportante cambio de valores simbólicos. Los más jóvenes, por ejemplo, ya no perciben latranscendencia del pan, por lo que poco a poco ha ido cediendo espacios a otros alimentos,denotándose una disminución en su consumo y una cierta perdida de su centralidadabsoluta. Un fenómeno similar a lo que ha ocurrido con otras preparaciones tanimportantes en la postguerra como fueron los platos de cuchara o todos aquellospertrechos a los que en su momento me referí como “periféricos” y que, ante lassuficiencias de presente y el paso de los años, han desaparecido en buena medida de la dietacotidiana.Por otro lado, un segundo bloque de conclusiones es posible extraer también a partir deesta investigación. Me refiero a aquellas otras que podríamos ubicar en un plano algo máspolítico, por definirlo de alguna manera. Creo que es imposible, al menos esa es mi opiniónpersonal, que un científico social especializado en temas de comida que se adentra en lostiempos de postguerra no se pronuncie de algún modo en relación con las motivaciones delas políticas franquistas, sobre todo cuando una buena parte de ellas estuvieronestrechamente relacionadas con los alimentos y con su ausencia, alrededor de los cuales seinstaló lo que en el texto he definido como toda una suerte de “burocratización delhambre”. Una vez más, no pretendo aquí la búsqueda de ningún tipo de verdad histórica,y sí más bien aportar mi particular contribución a un debate que aún permanece abierto.Así, la literatura histórica, tal y como he reflejado con suficiencia en el texto, ha mostradode manera pormenorizada los procesos de imposición de la perspectiva de los vencedoresque se puso en marcha en la inmediata postguerra. Prácticas que, más allá de los castigosfísicos, los encarcelamientos o los fusilamientos, también incluyeron todo un conjunto depolíticas a la que algunos autores se han referido como una verdadera “cultura de larepresión” (Idarreta, 2004), cuyo objetivo final era el de dominar, controlar y degradarmoralmente a todo aquel que pudiera ser una amenaza para el orden establecido y loscimientos ideológicos del sistema (López García y Villalta, 2015). Agresiones sin sangre através de las que el régimen trató sutilmente de eliminar a los vencidos y controlar a los“señalados”, al sospechoso, al “rojo”, al pobre, a esas “hordas salvajes”, en palabras deMoreno Andrés (2017), contra quienes era preciso seguir combatiendo en aras del ordenpúblico, político y social que el Nuevo Estado pretendía.Por todo ello, no parece descabellado que tome parte para alinearme con aquellos autoresque, como Richards (1999) o Rodríguez Barreira (2011; 2012; 2013), han visto en el hambrede postguerra una forma más de esa represión y control social, a través de la que en miopinión el régimen pretendió controlar -al tiempo que esquilmar moralmente- a las capasmenos privilegiadas y probablemente menos afectas con su política. Pocas cosas sonmejores para lograr el sometimiento total de un pueblo que algo tan primario yabsolutamente necesario para la vida como el alimento. Una afirmación que es posiblerealizar a partir del análisis del modo en que el régimen utilizó por ejemplo los comedoresde “Auxilio Social” como centros de adoctrinamiento, control, opresión y vigilancia; delanálisis de la degradación que suponían las diferencias entre los unos y los otros; de la faltade suministros de pan en la ruralidad habitada por jornaleros; de la humillación moral quesuponían la intensa legislación alrededor de la circulación de alimentos y de la matanza; delmodo en que el régimen procuró toda una surte negación constante de la humanidad delos más pobres a través de la estandarización controlada de lo que se comía; o del oxímoronque suponía la “cartilla de racionamiento” y sus cuotas nutricionales cuidadosamentecalibradas que habrían tratado de mantener a la población al borde del abismo, tal y comoresulta posible deducir de los relatos de Nicolasa o Bibiana: “Un bollo todos los días, muypequeñito, pero todos los días…”; “las cosas muy contadas…”.Como afirman Badillo et al. (1991,) es muy probable que se pudiera haber hecho muchomás de lo que se hizo, pero el régimen no tomó suficientes medidas que disminuyeran elhambre o las epidemias5, algo que contribuyó en mi opinión a esa dominación y humillaciónmoral que, a través de los alimentos -y su falta-, y haciendo mías las palabras de Scott(2003), perseguía intimidar a los subordinados para lograr su obediencia eficaz ypermanente, al tiempo de evitar cualquier tipo de atisbo de disenso contra el poder. De5 No obstante, no es ésta una postura que goce de unanimidad. Como ya he comentado el debate alrespecto permanece abierto, de modo que es posible encontrar a autores como Molinero y Pere(2003) para quienes la degradación de las condiciones de vida de buena parte de la población no fueun objetivo perseguido por parte del régimen.este modo, a través de todo un poderoso sistema de control deliberadamente utilizado enel sentido coactivo, como lo definió Alburquerque (1981), el régimen trató de controlar,dominar, pero también humillar y aislar, a una parte de la población asediada y exprimida,que como consecuencia de la presión a la que se vio sometida no tenía tiempo para nadamás que no fuera tratar de sobrevivir buscando alimentos, y a la que no le quedaba ningúntipo de lugar para la lucha política y la oposición. Es difícil que, como afirma Caparrós(2014), personas que están amenazadas por el hambre puedan ponerse a mirar con detalle,y muchos menos oponerse, a lo que hacen sus gobernantes. Pablo, un informante deCáceres, lo expresaba a buen seguro con mayor elocuencia de lo que yo soy capaz de hacercon mis enrevesadas palabras: “De política nunca se hablaba en casa, con tener para comer era másque suficiente…”. Al tiempo que las declaraciones de Sir Samuel Hoare, el 7 de marzo de1941, vienen a ilustrar aún más si cabe la cuestión (Viñas, 2017):“España, en la actualidad, está en peores condiciones que nunca en suhistoria. El Gobierno es miserable, no hay comida […] Esta situación obliga a lagente a pesar el tiempo en mórbidas reflexiones sobre sus infortunios y les impidetomar decisiones y actuar”.Llegados a este punto, cabe recalcar de nuevo una pregunta que ya me hice en su momento,la cual es si el efecto perseguido por Franco y los suyos con esta actitud fue siemprerealmente el deseado. Y es que, a pesar de todo lo comentado, y como en su momentoteoricé, en mi opinión aquella suerte de presión tuvo en muchas ocasiones un frutocontrario al esperado, puesto que lo que hizo a veces fue servir de acicate para que lasrespuestas que se dieron fueran aún mayores. Y no solo en el sentido de que las estrategiaspuestas en liza permitieran luchar contra la degradación moral que suponía el intento deestandarizar lo que se comía, o la lucha por escapar de las garras “despersonalizadoras” de“Auxilio Social”; sino que al tiempo, aquellas retóricas se erigieron también como toda unasuerte de contestación al régimen en el sentido de que no solo buscaban una forma deacopio material y simbólico, sino que además también pretendían la búsqueda de unadiversidad culinaria que se alzaba como toda una forma de resistencia popular, un acto devalentía con el que lo que se pretendía era mostrar que el combate aún estaba vivo.En cualquier caso, y ya para terminar, si hay una conclusión global -al tiempo que unllamamiento- que se pueda extraer de toda esta investigación, esa es que el tratamiento dela memoria del hambre de postguerra y su interpretación bajo el prisma de la cultura resultaenormemente rica en unos matices que en gran parte aún se encuentran por explorar, porlo que desde mi punto de vista la “memoria del hambre”, ya sea en Extremadura o en otroslugares, es una memoria que aún está por construir. Un hecho que en buena medidajustificaría su abordaje dentro de esas políticas de memoria histórica en las que aún quedatanto trabajo por hacer. Parafraseando a Muñoz Molina, en una magistral columna escritaen el diario El País hace más de veinte años, “La cuestión es si elegimos la molestia deindagar las cosas que sucedieron o preferimos las comodidades del mito”, y yo, me decantoclaramente por la primera opción. Por ello, me parece importante enfatizar que, si bien lasconclusiones derivadas de esta investigación son las que se corresponden con mi propiaverdad parcial a cerca de un contexto local o más bien regional, sospecho que muchos delos comportamientos y probablemente de las representaciones aquí descritas fueron y soncomunes para el entorno de toda la postguerra española, siendo lógicamente consciente deque las particularidades ecológicas condicionan matices variables en las respuestas. Por ello,quedaría para el futuro aproximaciones similares en otros entornos que sin duda permitiránabrir conciencias y extender el conocimiento de lo ocurrido. Una propuesta que, sinembargo, debe tener en cuenta la urgencia y la ansiedad de saber que los protagonistas deestas historias, estos hacedores de mundos y memoria, no estarán mucho tiempo entrenosotros.- 38 -Fuentes Tesis DoctoralFuentes primariasArchivos y fuentes documentales1. Archivo Histórico Municipal de Cáceres (AHMC)2. Archivo Histórico de la Diputación de Cáceres (AHDC).3. Archivo Histórico Provincial de Cáceres (AHPC).4. Archivo Histórico Provincial de Badajoz (AHPB).5. Archivo General de la Administración (AGA).-Sección Cultura y Sección Presidencia. Signaturas consultadas:F/04332; F04397; F04334;F/04330;001822;002179;75/25504;75/25503;75/25514;75/25513;75/2551;75/255507.6. Rockefeller Archive Center. New York. 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Histórico Provincial de Cáceres4. Smith, E. (1951). Spanish Village: it lives in ancient poverty and faith. Times Magazine.Disponible en: Agencia Magnum PhotosÓ.- 40 -Fuentes orales. ProtagonistasInformante Residencia enpostguerraFecha entrevista/sAida Badajoz – Badajoz 14-08-2015Ana María Cáceres – Cáceres 29-06-2016Ángel Alcuéscar – Cáceres 13-12-201520-01-2016Agustina Cáceres – Cáceres 04-05-2016Antonia Campanario – Badajoz 07-05-2015Antonio Orellana la Vieja – Badajoz 14-03-2016Antonio C Montánchez – Cáceres 17-02-2014Antoñete Navalvillar de Pela –Badajoz06-10-2016Apolinar Deleitosa – Cáceres 03-10-2015Bibiana Cáceres – Cáceres 20-10-2016Carmen Herrera del Duque –Badajoz09-01-2018Carmen C Cáceres – Cáceres 26-04-2015Cayetana Puebla de Obando –Badajoz12-04-2016Celedonio Castilblanco – Badajoz 16-12-2013Cesáreo Orellana de la Sierra –Badajoz24-01-2015- 41 -Cornelio Orellana la Vieja – Badajoz 23-07-2015Crescencia Montehermoso – Cáceres 18-04-201625-05-2016Damiana Villamiel – Cáceres 09-02-2016Elisa Jaraíz de la Vera - Cáceres 05-04-2018Encarna Herrera del Duque –Badajoz12-11-2015Encarnación Berzocana – Cáceres 09-06-2016Eusebia Jaraíz de la Vera - Cáceres 05-04-2018Felisa Logrosán – Cáceres 19-05-2017Francisco Fuente del Maestre –Badajoz30-11-2016Florentina Cáceres – Cáceres FlorentinaGuadalupe Badajoz – Badajoz 12-03-2016Isabelo Navalvillar de Pela –Badajoz02-03-2016Isabel Montánchez – Cáceres 18-07-2015Jacoba Malpartida de Cáceres –Cáceres15-05-2015Jerónimo Alcuéscar – Cáceres 21-11-2015Jesús Cáceres – Cáceres 23-11-2015Josefa Navas del Madroño –Cáceres19-01-201315-03-2013José Luis Cáceres – Cáceres 23-10-2015Juan Don Benito – Badajoz 24-11-2015Juana Deleitosa – Cáceres 03-10-2015Juliana Herrera del Duque –Badajoz11-01-2017- 42 -Julio Madrigalejo-Cáceres 22-11-2015Josefina La Coronada – Badajoz 11-04-2016Luisa Membrío – Cáceres 23-01-201830-01-2018Luisa G Garrovillas– Cáceres 24-05-2016Manuela Malpartida de Cáceres –Cáceres20-05-2016María Aldea Moret – Cáceres 19-07-201320-08-2013Mari Carmen Badajoz – Badajoz 12-03-2016Margarita Torrequemada – Cáceres 15-06-2016Maruja Los Santos de Maimona –Badajoz13-10-2017Matías Navas del Madroño –Cáceres19-01-201315-03-201317-04-2013Mercedes Membrío – Cáceres 23-01-201830-01-2018Modesta Montánchez – Cáceres 13-10-2017Natividad Casas de Don Gómez –Cáceres11-04-2016Nicolasa Hornachos – Badajoz 31-05-2016Pablo Cáceres – Cáceres 04-05-2015Paco Santa Amalia – Badajoz 04-05-2015Pedro Montánchez-Cáceres 08-01-2016Pilar Garganta la Olla – Cáceres 25-07-2015Priscila Cáceres-Cáceres 17-05-2016Rosa Cáceres – Cáceres 10-05-2016Santiago Azuaga – Badajoz 21-06-2017- 43 -Teófila Badajoz 16-01-2018Vicenta Sierra de Fuentes - Cáceres 30-04-2015Vicente Sierra de Fuentes – Cáceres 30-04-2015Victoria Talaveruela – Cáceres 10-05-2017Fuentes secundariasReferencias bibliográficasü Abella, R. 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    • Antropologia Cultural
  • ou:programaDoctorado
    • Programa De Doctorado En Diversidad, Subjetividad Y Socialización. Estudios En Antropología Social, Historia De La Psicología Y De La Educación Por La Universidad Nacional De Educación A Distancia
  • dcterms:director
    • Mariano Juarez, Lorenzo (Codirector)
    • Lopez Garcia, Julian (Director)
  • dcterms:creator
    • Conde Caballero, David
  • dcterms:identifier
    • 2019-46
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    • Con un histórico parte firmado por Franco en Burgos el primero de abril de 1939 se pusofin a una contienda de la que muy pocos resultaron vencedores. Un punto final que seconvirtió en una hilera de puntos suspensivos para cientos de miles de familias, en elsentido de que la inmediata postguerra las arrastró hacia un clima de recelos, delaciones,sospechas y enfrentamientos a los que se vendría a sumar el hambre.Muchos han sido los estudiosos que antes que yo se han acercado a aquellos duros tiemposposbélicos que aún duelen en la memoria. Muy bien abordados desde el prisma de lahistoria en todas sus vertientes con un reciente desplazamiento desde la historia política ala historia social; también podemos encontrar amplias disertaciones que desde la economía,la antropometría, el periodismo, las ciencias políticas, la antropología física, los estudios degénero o incluso la medicina, por citar solo algunos de ellos, han tratado de diseccionar elque probablemente haya sido el periodo más duro de la historia reciente de nuestro país.Sin embargo, extrañamente algunas ciencias han permanecido alejadas mirando de reojo, amomentos despistadas. De entre todas ellas, las ciencias sociales en general y laantropología en particular son las grandes señaladas, al mostrar durante muchos años unasuerte de atonía cuando de aproximarse a las experiencias, a las significaciones, a loscomportamientos y a las representaciones cuando de este periodo de tiempo se trataba. Untiempo que parece haberse desvanecido en el particular universo de los científicos sociales,como si los antropólogos hubieran sentido un cierto menosprecio por aquellos relatosvenidos desde la postguerra, de manera que semejante ceguera disciplinar ha generado unaauténtica deuda pendiente con unos años y unas circunstancias que piden a gritos unanálisis desde la cultura. Así, las aportaciones se reducen a algunos pocos e interesantesescritos de González de Turmo (1995; 2002) en Andalucía. Gracia, que se centró en lapotencia culinaria y simbólica de la carne en tiempos de postguerra (2002). O López García(2005), en prácticamente la única incursión realizada en Extremadura. Es posible citartambién los esfuerzos de Espeitx y Cáceres (2010) para el contexto de la ciudad deBarcelona; Barranquero y Prieto (2003) para el contexto de la provincia de Málaga, al igualque Badillo, Ramos y Ponte (1991); Pérez González (2004) para la provincia de Cádiz; o laTesis Doctoral de Palomo (2008) para el caso de Huelva; y, sobre todo, Alicia Guidonet(2007; 2008; 2010), que ha sido la autora que mayores esfuerzos ha puesto en una abordajede la cuestión desde la cultura.Por ello, las páginas que siguen pretenden contribuir desde la modestia a llenar una partede esos vacíos, al menos en el contexto concreto de la región de Extremadura,adentrándome en lo que allí ocurrió a través de una etnografía cuya base ha sido la deescuchar para recuperar experiencias y trabajar aquello que trabajan los antropólogos, esdecir, los correlatos y los modos de representación. Escarbando entre los pliegues de lamemoria me he acercado a la comida de una época y, a través de la “voz de los alimentos”,que diría Hauck-Lawson (2004), he tratado de entender la forma en la que han llegado hastanosotros aquellos tiempos duros y aquella sociedad de postguerra y de hambre. Hubohambre en Extremadura y en España en la postguerra y, sin duda, merece ser recordada,interpretada, aprendida y explicada con todo lujo de detalles, también desde la particularvisión que puede aportar el etnógrafo.MétodosEsta Tesis Doctoral ha sido una aproximación a la memoria del hambre enExtremadura desde una perspectiva etnográfica que se sustenta en un trabajo decampo de más de cinco años de duración. Me ha interesado conocer -a través de lacompleja reflexión teórica que aborda las relaciones entre relato, experiencia y laconstrucción social de los hechos- cuales fueron las ideologías, las prácticas alimentariasy el impacto social que la escasez tuvo en la vida social de pueblos y ciudades de la región.Más allá de los enfoques historiográficos, he querido conocer el impacto del hambre enlas dinámicas culturalesUn trabajo de campo que se ha basado sobre todo en fuentes orales, para lo que heentrevistado a un total de 61 informantes que vivieron los tiempos de postguerra enprimera persona, de las que 40 fueron mujeres y 21 hombres; 39 vivían en la provincia deCáceres por aquellos entonces y 22 de ellos lo hacían en la provincia Badajoz.Además, también he tratado de atender a las recomendaciones que un buen número deautores como Thompson (1988) o Fraser (1990) han hecho a cerca de combinar lostestimonios orales con otro tipo de investigación de archivos y/o consulta de periódicoslocales. Dexter ([1970]2006) o Becker y Geer (1960, Cit. En Hammersley y Atkinson,1994) también se han pronunciado en este mismo sentido, haciendo una reflexión críticasobre el exceso de confianza que los investigadores tienen en las entrevistas, y sugiriendoque éstas deberían estar acompañadas de otros métodos de información, algo que algunosestudiosos, un tanto influenciados por ciertas precogniciones positivistas, han definidocomo “triangulación”. Para mi caso, he tratado de solventarlo a través de una intensabúsqueda en distintos archivos tales como el Archivo General de la Administración enAlcalá de Henares (AGA), el Archivo Municipal de Cáceres (AHMC), el ArchivoProvincial de Cáceres (AHPC), el Archivo de la Diputación de Cáceres (AHDC) o elArchivo Histórico Provincial de Badajoz (AHPB), a lo que se unieron las consultas on-lineen Instituciones como la Rockefeller Foundation de la ciudad de Nueva York o el NationalArchives de Londres -aunque ésta no tuviera los resultados esperados-.Junto a ello, también he llevado a cabo una importante búsqueda y lectura de la prensa dela época, algo que me permitió sumergirme en un buen número de artículos tanto de laspublicaciones más cercanas al régimen como, todo lo contrario, es decir, aquella prensa queen los tiempos de postguerra los republicanos siguieron publicando desde el exilio. Así,junto a las búsquedas que realicé en los formatos digitales de la Biblioteca Virtual de PrensaHistórica del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, la Hemeroteca digital de laBiblioteca Nacional de España y la Hemeroteca digital del Diario ABC, hay que sumar laingente cantidad de horas que pasé buceando en la Hemeroteca de El periódico Extremadura,Diario Católico, verdadero altavoz del régimen en la región, y cuyas páginas, un documentocasi oficial de las instituciones, se encuentran disponibles íntegramente en el AHMC. Enaquella sala, pasé mucho tiempo llevando a cabo una lectura detallada de la mayor parte delos ejemplares publicados por el diario entre 1939 y 1952. Horas y horas que de algunamanera me posibilitaron un cierto tipo de traslado temporal al transportarme al día a díade los años cuarenta, algo que no solo me permitió acrecentar mis conocimientos sobre lavida cotidiana, sino que además fueron lecturas que se convirtieron en todo un productoque sirvieron como generador de categorías y preguntas.Como es lógico, ésta ha sido una etnografía que ha tenido que trabajar codo con codo conla historia, convencido de que es posible hacer trabajo de campo etnográfico sobre tiempospasados siempre que uno sea consciente de la evidencia de que estamos accediendo a éldesde el presente, algo que por muy tautológico que parezca no siempre es tenido encuenta. Por ello, esta Tesis Doctoral podría ser definida grosso modo como una suerte de“historia antropológica”, puesto que se trata de un ejercicio en el que obligatoriamente hantenido que confluir la historia y la antropología, algo que es perfectamente factible, esa esmi opinión, porque el estudio de un acontecimiento pasado no puede circunscribirseúnicamente al hecho histórico en sí, sino que además también hay que ser conscientes deque lleva implícito un hecho social y cultural, y de que éste debe ser necesariamenteabordado por la particular mirada que es capaz de aportar un científico social.No obstante, a pesar de esta continúa confluencia entre las dos disciplinas, y si bien enmuchas ocasiones me he tenido que travestir de “historiador” en la línea apuntada porAron-Schnapper y Hanet (1980) cuando afirman que independientemente de la cienciadesde la que se aborde el trabajo con fuentes orales nos obliga a ello, quiero quedar bienclaro que, como apuntaba Gutiérrez Estévez (1996), antropología e historia tienenperfectamente delimitado su espacio de trabajo, algo que también ha ocurrido en estainvestigación. Más allá de la necesaria labor que he realizado con fuentes historiográficas oarchivísticas, este es un texto cuyo abordaje se ha realizado principalmente desde la laantropología, por lo que su valor no radica tanto en el trabajo de buceo histórico, sino másbien en haber tratado de dar preferencia a las experiencias personales y a las emocionescontenidas entorno al sufrimiento, indagando posteriormente en cómo las personas hanasignado significados en el presente para generar modos de representación a través de suspropios procesos de interpretación.En cualquier caso, una particularidad metodológica muy importante ha sido el hecho dehaberme adentrado en los enrevesados pliegues de una memoria que, en unos informantesde tan avanzada edad como los que aquí han participado, en muchas ocasiones ha supuestoun laberinto que ha acabado dibujando trazos de renglones a veces un tanto torcidos. Unasituación que acabó generándome una duda metodológica de primer orden, poco segurode hasta que punto estaba siendo real lo que estaba captando o, por el contrario, podríaestar tratándose de una construcción que la memoria estaba realizando con el paso de untiempo que todo lo difumina, especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que misinformantes eran tan solo unos niños en unos tiempos de postguerra sobre los que tantosaños después vuelven a ser preguntados. A ello, he que sumar el hecho de que el buceo nose ha realizado en la simple memoria cotidiana sin más, sino que hay que tener en cuentala dificultad particular que supone el trabajo con ese tipo de “memoria del trauma”(Ferrándiz, 2007) que se conecta directamente cuando las experiencias que tratamos derescatar son tan humanamente perturbadoras como lo son la pobreza y el hambre.Tras reflexionar una y mil veces, acabé convencido de que los fallos y deformaciones de lamemoria, su selectividad y su capacidad para el olvido, no tienen porque ser entendidoscomo un problema metodológico en sí, y sí más bien como una particularidad inherente aun campo de trabajo distinto que no pretende la objetividad positivista. Algo a lo que meayudó la afirmación de Schwarzstein (2002, p. 172) según la cual la llamada memoria“desconfiable” supone más un recurso que un problema, especialmente en aquellos casosdonde lo que está en juego son las experiencias producidas por las catástrofes socialesdonde la memoria aparece como una fuente crucial aún con sus tergiversaciones,desplazamientos y negaciones. Por ello, acabé asumiendo el hecho de que lo que realmentedebía esperar de mis informantes era recoger el valor que aporta la subjetividad, lasexperiencias y las significaciones de sus relatos, aceptando que las reinterpretaciones quese puedan dar, lejos de ser “sesgos”, deben ser entendidas como la marca misma de lacultura, puesto que los procesos de reconstrucción de los recuerdos no son individuales,sino que más bien lo que son es construcciones sociales y culturales por las que debeinteresarse el antropólogo.Cabe decir también que esta investigación, como la mayoría de las etnografías, no se hapreocupado de verificar hipótesis de partida pre-existentes más allá de las sospechas departida ligadas al potente imaginario simbólico de algunos alimentos; sino que más bien loque ha tratado de hacer ha sido responder a un buen número de preguntas que se han idogenerando en el proceso, todas ellas permeadas por la duda general que me ha perseguidoen todo momento respecto de hasta qué punto resulta posible pensar en términosculturalistas sobre un hambre que ya ha pasado, y desde el prisma de aquellos que, comoes mi caso, nos acercamos con un estómago que siempre ha estado saciado. Sea comofuere, a las preguntas iniciales de corte metodológico que se generaron entorno a mipreocupación por saber cuánto realmente de aquella experiencia estaba siendo capaz decaptar, y a las que he tratado de enfrentarme desde la humildad epistemológica de unetnógrafo novato, se fueron sumando otras muchas que ahondaban más en los sentidos yexperiencias en torno al hambre a medida que avanzaba en el trabajo de campo, y que deforma cuasi incontrolada se fueron multiplicando y actualizando para generar nuevascategorías de análisis e interrogantes en un proceso de construcción que ha resultadocreciente, y que de no haber puesto un punto final, intuyo, podría haber sido casi ilimitado:¿De qué manera afrontaron los extremeños aquel estado que se generó de una cada mayorpobreza y falta de alimentos? ¿Cuáles fueron las respuestas en términos materiales, pero,también, en términos culturales, si es que las hubo? ¿En relación con qué se adoptarondeterminadas estrategias concretas que aún hoy se pueden encontrar fácilmente en elimaginario colectivo, o por qué algunas personas siguieron modelos de comportamientodados y no otros? ¿Cómo se vieron modificadas las prácticas sociales, hasta qué punto, yen qué momento lo hicieron? ¿Cuáles fueron y dónde estuvieron situados los límites de lasrespuestas si es que los hubo? ¿Qué fronteras fueron traspasadas y cuándo? ¿Cuáles fueronlos roles que adoptaron cada cual en función de sus circunstancias si es que éstos variaron?¿Cómo han llegado hasta nuestros días los recuerdos y las representaciones entorno a loque pasó en aquellos tiempos teniendo en cuenta los cambios que se producen en lamemoria con el paso del tiempo? ¿Cómo es y cómo fue el papel y la transcendencia quetuvieron determinados alimentos y por qué? ¿Hasta que punto los temores y lasexperiencias que se dieron entorno a aquellas carencias han afectado a la alimentación ennuestros días? ¿Cómo se tensiona, si es que lo hace, el concepto de hambre cuando elenfoque particular con el que se aborda no es el biológico, sino más bien aquel que serealiza desde la cultura y, con este prisma, a qué llamamos hambre en un momento y en unlugar determinado? Cuestiones y más cuestiones todas ellas que el lector podrá encontrara lo largo del escrito en su versión completa, y que como podrá suponer me han obligadoa un placentero, a la par que tortuoso, ejercicio continuo de exégesis e imaginaciónintelectual en el afán, no siempre logrado, ya lo advierto, de tratar de responderlas.ContextosLa literatura histórica ha mostrado de manera pormenorizada los procesos de imposiciónde la perspectiva de los vencedores que se puso en marcha en la inmediata postguerra, nosolo en lo social y político, sino también en lo económico. La política financiera del nuevorégimen se desarrollaría ad hoc y centrada casi en exclusiva a partir de las decisionestomadas por un Franco que, carente de cualquier formación en el tema, despreciaba losinformes de sus asesores seleccionando solo aquellos que merecían de su arbitrariaaprobación personal (Eiroa, 1995). Lo que se imponía era siempre su voluntad políticadictatorialpor encima de cualquier sugerencia, documento u opinión fundada que pudierarecibir, conformando con ello toda una política económica personalista que fue conocidacon el nombre de autarquía y que se convirtió en un objetivo nacional prioritario. En laeconomía, explica Payne (1987, p.261), como en tantas otras áreas, el nuevo régimen tratóde combinar el ultra-conservadurismo propio de sus conceptos morales con ambiciososplanes renovadores, algo que trataron de sustentar sobre dos pilares esenciales: laindependencia económica y la autoridad absoluta.Todo ello fue la base de unas consecuencias que no se hicieron esperar. Como una gran partede los estudiosos de la economía han demostrado, ni las secuelas de la Guerra Civil, ni elacoso internacional provocado por el aislamiento, ni la incorporación a la economíanacional de la zona republicana, ni tan siquiera la tan “manoseada” sequía, fueron motivossuficientes como para justificar la catástrofe económica que llegaría a asolar a España enla década de los cuarenta. Nada de eso lo justificaba, y tan solo el desastre provocado porel empeño de Franco en su política autárquica y su premeditada ignorancia de losprincipios más elementales de la economía de mercado lo pueden hacer1.Para España, por aquel entonces un país atrasado, con un mercado interior pobre,subdesarrollada científica y tecnológicamente, con un alto nivel de analfabetismo, mal dotadode productos energéticos, con un presupuesto raquítico, con una fiscalidad ineficiente ylastrado por el fraude… aquellas decisiones constituyeron un suicidio. La fijación políticade los precios de los alimentos básicos derivó en que los agricultores cambiaran sus cultivospor otros que no estuvieran intervenidos, generándose una crisis en el mercado agrícola y1 Parece existir un acuerdo generalizado entre especialistas en historia de la economía que han demostrado quefue la autarquía y no tanto las consecuencias de la guerra la principal causa de la situación social y económicaque se vivió en la España de postguerra. Entre ellos cabe mencionar a autores y obras como Barciela, López,Megarejo y Miranda (2001); Barciela y López (2003; 2014); Delgado (2000); Cazorla (2015); Carreras(1989); Payne (1987) o Moradiellos (2000).un desabastecimiento de materias primas esenciales sin precedentes. Los bajos precios alos que fueron tasados los alimentos hicieron que los mercados se movieran en unatendencia inflacionista que abocó a la institución de un mercado negro conocido como“estraperlo”. La renta de los españoles llegó a caer un 23% respecto de la que había antesde la guerra, presentando sus peores datos macroeconómicos de todo el siglo XX yconvirtiéndose en uno de los más pobres y subdesarrollados del contexto europeo,generándose con ello un descenso de la calidad de vida tal que llegó a situarse muy pordebajo de la de los niveles previos a la contienda, y favoreciendo la aparición de unapobreza extrema, de una miseria generalizada, de carencias y de hambre; sobre todo demucha hambre en una buena parte de los ciudadanos que se vieron obligados a vivir bajouna economía de subsistencia. Como si la guerra no hubiera sido suficiente, la postguerravino a rematarlos (Di Febo y Santos, 2005, p.42; Rodríguez Barreira, 2011, p.6; Martí, 1995,p.3; Eiora, 1995, p.104; Del Cura y Huertas, 2007, p.72; Moradiellos, 2000, p.114; Cabañetey Martínez, 2013, p.6; Del Arco, 2006).Para el caso de la región de Extremadura la precariedad hundía sus explicaciones en raíceshistóricas; y si bien durante la Guerra Civil los daños habían sido limitados en comparacióncon otros lugares por su condición de ocupada desde el principio, las consecuenciasde la crisis provocada por la política económica de Franco fueron, si cabe, mayoresque en el resto del país (Linares y Parejo, 2013).En esa trama de empobrecimiento se presentaron las “cartillas de racionamento”2. Unasuerte de talonario formado por una serie de cupones -llamados de manera coloquial“sellos”- ante cuyo corte y entrega se presuponía el despacho de unas raciones tipo quehabían sido fijadas por Decreto de 28 de junio de 1939, y a través de las cuales el régimenaspiraba a mitigar las escaseces garantizando los bienes básicos de consumo a la población.Sin embargo, lo pensado como solución contribuyó a ensanchar el problema, dada laincapacidad gubernamental para garantizar los suministros mínimos que debían entregarse.Frente al discurso propagandístico del régimen, la “cartilla de racionamiento” representabaa esa otra España asediada por la falta de alimentos y el hambre que marcó la vida demuchos en los años cuarenta. Mientras que los jerarcas del régimen se aferraban a sus2 El 14 de mayo de 1939 se instauró en todo el país el sistema de racionamiento de artículos de primeranecesidad por parte de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (CGAT). Un organismoque, creado por Ley de 10 de marzo de 1939 y Decreto de 28 de abril del mismo año, que se encargó dela regulación, el control del abastecimiento y el racionamiento de artículos de primera necesidad en todoel país.políticas como paradigma económico que permitiría disponer de manera autónoma de todotipo de bienes, la “cartilla de racionamiento” era la constatación de una realidad en la quese plasmaba justo lo contrario, mostrando una España asediada por la escasez y el hambre.Frente al mundo feliz sugerido por las políticas autárquicas, la realidad de las parquedadesde una “cartilla” que convertía la vida en un vía crucis.Políticas y disposiciones cuyas implicaciones resultaron especialmente trascendentes parauna región eminentemente agrícola y desprovista de una economía de potencia como laextremeña. Algo que, además de llevar al desastre a un importante número de ciudadanos,contribuyó a aumentar las desigualdades entre el campo y la ciudad; entre ricos y pobres.Años de miseria, de pobreza, de intimidación sostenida, de hambre y de sacrificios. Añosde dolor que fueron el escenario en el que se insertaron las vidas, las experiencias y lossignificados entorno al hambre de los protagonistas de esta historia.Hablar de aquellos años de postguerra es hablar de autarquía, sí; de “cartillas deracionamiento”, también; de guerra y de represión… pero, sobre todo, lo que hepretendido en este trabajo es hablar de personas y con personas. De aquellas personas quesufrieron y padecieron; de aquellas personas que vivieron una realidad tan dura que aúnpermanece viva con fuerza en su memoria. Para la antropología, las ideologías y lasprácticas no son nada desligadas de la gente. De modo que para poder entender lascomplejas relaciones entre alimentación, hambre y cultura necesitamos abordar laespecificidad de la sociedad extremeña de postguerra.Una sociedad atravesada por líneas divisorias impermeables y con ciertas peculiaridadesrespecto a otras zonas de la “España del sur” (Pérez Rubio, 1995, p. 50), que fueron inclusoreflejadas por el propio régimen, al hacerse pública su consciencia sobre el atrasoeconómico, las tensiones sociales y las malas condiciones de vida existentes en la región.Así, en la visita que entre el 17 y el 19 de diciembre de 1945 Franco realizó por variosnúcleos pacenses, acompañado por los ministros de Agricultura, Obras públicas y Trabajo,afirmó con rotundidad que la provincia de Badajoz tenía “el problema social más hondode entre todas las provincias españolas” (García Pérez, 2015, p. 139).En aquella sociedad, la élite de la región ocupaba las zonas de mayor privilegio desde elcampo. Terminada la guerra, los grandes latifundistas mantuvieron el estatus quo,perpetuando unas condiciones sociales heredadas que les favorecían (Cazorla, 2015, p. 90).Se fortalecieron antiguas relaciones de sumisión entre jornaleros y terratenientes sinimportar que ello generase un ambiente de fuertes tensiones derivadas de la altaconcentración de la propiedad de la tierra en un número de personas muy limitadas. Los“señores”, acompañados de arrendatarios y administradores, conformaban el estamentomás elitista de una sociedad en la que hacían y deshacían a su antojo. Junto a ellos, eraposible encontrar al grueso de los estamentos más privilegiados de la época, formados porburócratas y funcionarios de alto rango junto a los militares y, por supuesto, la IglesiaCatólica y sus representantes, alrededor de los cuales gravitó gran parte la vida social ycultural de la época.La nota general era la desigualdad; por lo que en el lado opuesto se encontraba el grupode los olvidados. Aquí, era posible encontrar perseguidos políticos o aquellos carentesde un “certificado de buena conducta” con el que acceder a un trabajo remunerado. Juntoa ellos, también se situaban las viudas y los huérfanos de víctimas de la Guerra Civil quehabían luchado, según los vencedores, en el bando “equivocado”. Pobres infelices queademás de sufrir la pobreza general fueron también víctimas de la orgía de violencia ypersecución en la que el régimen se instaló en los primeros años de la década de loscuarenta.Junto a ellos, los campesinos encarnaban el prototipo de la pobreza extremeña3 en uncontexto en el que casi dos terceras partes de los activos de la época en la región se dedicabaa la realización de labores agrícolas y ganaderas (García Pérez, 2015, p.134). Merced a unefecto llamada del campo como posible solución a sus problemas económicos, muchosacabaron como mano de obra barata, poco cualificada, y a expensas de las fuertes exigenciaspor parte de la patronal. Las relaciones laborales incluyeron la aceptación de jornadas sinlimitación de horario, falta de descanso dominical o la prestación de trabajos nocturnos(Pérez Rubio, 1995, p. 294).3 La mayoría de los campesinos eran yunteros únicamente provistos de “dos míseros borriquillos y unarado primitivo”, según la definición dada por el Instituto de Reforma Agraria (1936), y que carecían detierras suficientes en las que emplear los aperos, algo que sin duda condicionada su existencia (PérezRubio, 1994, p. 114-115). A su lado, los braceros eventuales, sin patrimonio alguno (Pérez Rubio, 2015,p. 143), que la mayor parte de las veces eran únicamente contratados para actividades puntuales y, amenudo, con salarios muy inferiores al resto de trabajadores (Ibíd., 276). Además, en los escalafones másbajos de la jerarquía rural extremeña también era posible encontrar toda una variedad de especialistas enlas más diversas tareas agrícolas y ganaderas: gañanes de sementera, segadores en trigo, cortadores deencinas, vareadores de encinas, porqueros eventuales, recogedores de bellotas, peladores de ovejas o unospastores que se desplazaban por todo el territorio junto a sus familias, con sus “chozos” a cuesta ,hastaser contratados para el cuidado del ganado y cuya vida, incomunicados casi siempre en medio del campo,transcurría en pésimas condiciones (Medina García, 2010).A la penalidad del trabajo se sumaba un salario insuficiente y la ansiedad derivada de laestacionalidad de éste. Los contratos podían ser por temporadas o incluso por días; cadamañana los jornaleros acudían con puntualidad a las plazas públicas con la esperanza deser seleccionados por los capataces, si bien como máximo los más afortunados llegaban aconseguir 120 días de trabajo al año (García Pérez, 2015, p. 150).No obstante, la configuración social extremeña no resultaba tan sencilla. A la dicotomíaclásica del rico y el pobre, el empleado y el campesino, el latifundista y el jornalero, se podíaañadir una amplia gama de matices que abocó a numerosas personas a un grupo intermedio.Se incluían aquí los trabajadores que disponían de trabajo fijo. Los guardeses y capatacesfueron el ejemplo de este tipo de asalariados. Mayorales o vaqueros también tenían aseguradoel trabajo, considerado no obstante de menor calificación, pero todos ellos conformaban una suertede clase media.Sin dependencia directa de los señores y de sus tierras, en algunas zonas rurales deExtremadura también era posible encontrar aquellos otros que gozaban de unas mínimascapacidades de autogestión a partir de actividades como el cultivo de pequeños huertos desu propiedad, de donde extraían productos de primera necesidad como cebollas, tomates,patatas, lechugas o legumbres, y que les servían no solo para completar la dieta, sinoademás también como moneda de cambio en los habituales trueques o intercambios(Flores del Manzano, 1998).También en este grupo era posible encontrar a los habitantes de las ciudades extremeñasy de aquellas otras que sin serlo contaban con más de 10.000 habitantes, recibiendotradicionalmente el nombre de agro-ciudades: Mérida, Villafranca de los Barros,Almendralejo, Coria, Villanueva de la Serena, Don Benito, Montijo, Zafra, Navalmoralde la Mata… entre otras. Ciudades y pueblos grandes que se encontraban directamenteconectadas con el sector primario y donde el grueso de su población estaba formado porprofesionales de diversos oficios, artesanos, funcionarios de rango bajo, modestoscomerciantes, empresarios de nivel bajo y ciudadanos que con trabajos más o menospuntuales formaban parte de una suerte de “clase media urbana”. Un grupo que sin dudatenía un mayor acceso a los alimentos correspondientes al racionamiento, los comedoressociales e incluso al “mercado negro” o el trueque.FiccionesEsta Tesis Doctoral se ha construido como un texto intencionadamente descompensadoen el que han primado las experiencias de los informantes por encima de todo lo demás,pero en el que sin embargo también se ha atendido a otras formas de narrar lo que ocurrióen un intento de poner sobre la mesa una triple visión del hambre y de sus consecuenciaspasadas y presentes, todo con el objetivo final de que sea quien lee, y no yo mismo, el quetenga la capacidad de juzgar la historia. Ya se sabe que, en antropología, donde se desconfíade todo aquello que resulte demasiado “cerrado”, no está bien visto hablar de una“realidad” en singular y debemos hacerlo de “realidades” en plural, por lo que, para el casoque me ocupa, parece justo que sea el lector quien tenga acceso no solo a la versión y lasexperiencias de aquellos que sufrieron el hambre con toda su crudeza, sino también, aunquesea de manera un tanto más superficial, a aquellas otras que narraron el problema desde ladistancia del exilio, o aquella otra particular relectura que el régimen franquista tenía de lacuestión. He atendido, por lo tanto, se podría decir, a dos “ficciones”-la del régimen y lasopuestas- en términos de Geertz (1987), a las que he tratado de confrontar las vivenciasde la gente en un intento de matizar lo máximo posible lo que ocurrió, mostrando paraello tres verdades muy diferentes en torno a un mismo hecho, y siempre quedando claroque el término “ficción”, en el sentido cultural de la palabra que aquí se usa, no se refiere auna falsedad o a una interpretación equivocada, sino que más bien alude a las diferentesrepresentaciones del entorno que los individuos hacen en un momento dado y que, comotodas, incorporaban parcialidades.Con respecto al régimen, he procurado de mostrar la forma en la que éste llegaría afabricar toda una ficción propia en base a un halagador auto-retrato de las bondades quesuponía adherirse a sus preceptos, algo que pronto se acabaría convirtiendo en unaverdadera caricatura de la situación a la que asistían atónitos la mayor parte de losespañoles que, miraran donde miraran, no podían ver aquel particular mundo franquista,y sí, por el contrario, las desgarradoras estampas de la pobreza, las enfermedades, elhambre y la desnutrición. El l régimen se esforzó por conformar una auténtica verdadpropia a través de toda una suerte de “paz gráfica” con la que Franco trataba desuministrar un “placebo” basado en verdaderas cortinas de humo. Una construcciónmonolítica, todo sea dicho, que se encontraba a medio camino entre la ceguera pretendida,la relectura, las ambiciones y los intereses, y de la que sin duda la población era consciente,pero ante la que probablemente prefirieron mostrar cierta ceguera autoimpuesta máspreocupados, como estaban, por intentar sobrevivir.Casi como una consecuencia inevitable, no tardaron en aparecer otras versiones muydiferentes a las del régimen que ofrecieron su propio relato de lo que estaba pasando enaquella España de postguerra. Fueron otros discursos que bebieron de las fuentes másvariadas y consiguieron ver la luz para mostrar una España que nada tenía que ver con lasinmaculadas escenas de la propaganda falangista. Fueron aquellas otras ficciones opuestas,alternativas, paralelas, en ocasiones subversivas podríamos decir. Otra forma de narrar lascosas, otra forma de ver lo que estaba pasando que se alejaba como la noche del día delrelato “oficial”.Aquellas “otras” versiones se podían y aún se pueden encontrar hoy en día en las viejaspáginas de la prensa republicana editada en el exilio. También era, y es posible, hallar unacotidianidad diferente en los escritos e informes secretos a los que con el tiempo hemospodido acceder y que, en su mayoría, provenían de observadores internacionales, sobretodo Diplomáticos y cuerpos oficiales destinados en España. Igualmente resulta posibleconsultar los diferentes estudios de carácter médico a través de los cuales algunasorganizaciones internacionales trataron de aproximarse a las carencias alimentarias y a susconsecuencias. También las artes era una fuente excelente -a través de algunos de susgéneros- para dar testimonio de lo que ocurría. Y, por último, también es posible bucearen los rincones de la trastienda de la época a través de las imágenes y los reportajespublicados por un nutrido grupo de intrépidos fotógrafos que se mostraron deseosos dealumbrar la realidad fascinados por un país que desde el exterior se veía como una raraavis.VivenciasLa España de postguerra se convertiría con todo ello en un país cuya vida acabó transitandoentre verdades parciales; entre ficciones; entre certezas de los unos y de los otros; entremundos dispares y del todo antagónicos. Sin embargo, entre toda aquella densa bruma depolvo capaz de envolverlo todo también había un pueblo de gente corriente, de gente de apie; gente común que subsistía como podía, agazapados para no hacer ruido y no llamar laatención amedrentados como estaban por la espiral de violencia que todo lo permeaba.Mudos, ocupados en encontrar cualquier cosa que llevarse a la boca. Personas que día trasdía se levantaban para enfrentarse a la cruda realidad de una Extremadura y de una Españasumidas en la más triste de las pobrezas, muy distinta de aquella que el régimen trataba demostrar.Era un pueblo angustiado, petrificado no solo por el odio y el rencor salidos de la guerra,sino también por la losa que sobre ellos pendía al soportar la cotidiana incertidumbre delas carencias de todo tipo como forma de estar en el mundo. A medida que la postguerra ylas políticas autárquicas fueron avanzando, el universo culinario anterior a la guerra de lamayor parte de los extremeños se fue reduciendo a poco más que un mendrugoacompañado por un puñado de legumbres, regadas por una mínima cantidad de aceite, siera posible, alguna sopa o “guiso lavado”, un excepcional consumo de productos cárnicosque se reservaba, si es que se podía, para los momentos festivos, y un muy limitadoconsumo de frutas y verduras. Eso era todo. Ya no quedaba nada o casi nada de lo queanteriormente había configurado platos y servía para la comensalidad, de modo que muchaspersonas se vieron empujadas a caminar por el abismo de los límites. Pobres abocados a ladesesperación del que no tiene nada para comer, donde las preocupaciones las marcaba labúsqueda por encontrar algo que llevarse a la boca.La comida y sobre todo su escasez como determinantes actitudinales de primer orden, perotambién como matrices de unos sentimientos que todo lo permearon, consecuencia de eseineludible nexo entre lo emocional y lo alimentario. A aquella España oscura, de luto, tristey con miedo recién salida de la guerra y en plena orgía de represión; se le unió otra Españarebosante de penas, de lágrimas y de añoranzas por las raciones menguantes que crearonun clima emocional construido alrededor de la turbación y de unas escaseces que se alzaroncomo paradigma de la desgracia. Un país melancólico, de “mal humor” como indica Arasa(2008), que vagaba desconsolado por las afligidas noches de un tiempo de pesadumbre.Ante aquella situación, la respuesta de una buena parte de los extremeños vino en formade una extraordinaria multiplicación de “estrategias” –tanto mayor la respuesta a mayor lapenuria- de adaptación frente a las escaseces y el hambre, a través de lo que algunos autoreshan llamado como “armas de los débiles”. Todo un conjunto de maniobras de resistenciacotidiana que variaron en diferentes momentos o circunstancias condicionadas por losimaginarios y las nociones morales en liza (Rodríguez Barreira, 2011, p. 19; 2013, p. 151-158) y que, en tiempos de convulsión, de odio, de imposiciones y de divisiones, es muyprobable que se comportaran como auténticos estabilizadores sociales. La mayor parte deaquellas personas, se podría decir, respondieron con una batería de “medidas urgentes”(Thompson, 1971) , de retóricas o resistencias culturales, que las llamaría Carrithers (2009,p. 6) si el enfoque es el de un etnógrafo, que se multiplicaron en una circunstancia límite ycuyo objetivo fue el de luchar contra la acuciante necesidad de saciar el apetito; perotambién el de hacer frente a las nostalgias que inevitablemente crecían ante las ausenciasculturales.Hecha la referencia a Carrithers, merece la pena acercarse a la definición que el autor hacede cultura cuando habla acerca de cómo ante la continua amenaza de la incertidumbre, dela oscuridad y del peligro, la gente responde aplicando el conocimiento nativo y los“ingenios de la cultura” extraídos de un fondo común, para con ello alejarse de lo incoado(2005, p. 442). Nada más incoado hay que el hambre y la necesidad extrema, por lo queesos ingenios, esas retóricas capaces de conectar lo aprendido -el fondo de reserva demateriales mentales y disposiciones de las que disponemos- con lo que sucede (Ibid., 2009),también aparecieron en la postguerra española.Ante la llegada de las raciones menguantes, las incertidumbres y las nostalgias, una buenaparte de la población respondió con una réplica poliédrica de recursos culturales ante unhecho tan complejo y con tanta capacidad de generar padecimiento físico y moral como esla falta de alimento. Algo que, por otra parte, no podía ser de otra manera, si nos atenemosa la definición que Mauss (1950, p. 147) hace de la alimentación como un “fenómeno socialtotal”, y que obliga a que cuando aparece el anverso de su moneda, el hambre, lasrespuestas no puedan ser simples, limitadas al acopio de comida en términos estrictamentemateriales; sino que más bien precisan de ser “totales”, en el sentido de que también debendarse posibilidades y alternativas que den cabida a esos transcendentales planos simbólicosy culturales asociados a la comida.En este terreno de complejas respuestas, el estraperlo y el “mercado negro” se alzaroncomo un fenómeno de trascendencia social a la que se vio abocada una buena parte de lapoblación empujada por la crítica miseria cotidiana los que más; pero también por las ansíasde enriquecerse los que menos. Ya fuera como suministradores, como consumidores, o yafuera como intermediarios, casi todo el mundo acabó participando en la postguerra de unasuerte de economía informal “adaptada a un sistema de subterfugios” -que indica Delgado(2000, p. 162)-, regida por sus propias leyes que se deslizaban al margen de la legalidad paracrear toda una estructura paralela de aprovisionamiento (Medina García, 2003, p .115).Junto al “mercado negro”, no hay que olvidarse de aquello que algunos autores han llamadocomo “mercado gris”. Un recurso de acopio que en esta ocasión llegaba desde lo másprofundo de la ruralidad extremeña y que en ciertos momentos llegó a cobrar en la regiónuna transcendencia inusitada. Algo que en cierto modo supuso una ventaja decisiva paraenfrentarse a la precaria situación de la época frente a otros lugares de la geografía españoladonde no fue posiblePor último, entre las retóricas que he analizado cuyo punto en común era el de moverse almargen de las normas del Estado, parece imposible no hacerse eco de un fenómeno quefue fiel reflejo de hasta qué punto surgieron fricciones en una sociedad en la que lasdesigualdades hacían que a duras penas pudieran convivir el derecho a la propiedad con elderecho fundamental a la vida. Me refiero a los pequeños hurtos o robos que eranpracticados por personas de muy humilde condición a las que ni tan siquiera les quedabael recurso de acudir otras posibilidades.Con respecto a la solidaridad como retórica, se podría decir que se trató de una estrategiadinámica determinada por las circunstancias individuales y familiares. No se podría, portanto, hablar de una uniformidad de comportamientos o de una estrategia o respuestacultural generalizada como otras muchas etnografías han sugerido; y sí más bien de unaretórica ciertamente dinámica que variaba en función de los entornos de hambre y de ladisponibilidad de alimentos. Una serie lineal de adaptaciones al estrés que determinaría que,mientras que para algunos la solidaridad fue una elección, para otros muchos fue unaverdadera estrategia o retórica cultural que se vendría a sumar a las que vengo describiendo.Con respecto a la elección continúa de la cuchara como respuesta a las escaseces que analizoen el texto; desde mi punto de vista sería una nueva estrategia, en este caso exclusivamentede carácter cultural o simbólico, con la que los extremeños de la época reaccionaron antelas crecientes ausencias en la dieta. De este modo, con lo poco que se podía conseguir setrataba de utilizar la cultura para que las comidas “llenaran” o “saciaran” en lo materialtodo lo posible, pero que también lo hicieran en los planos simbólico e ideológico.Los relatos hablan de cómo ante los crecientes problemas, los recursos y los ingenioscomentados fueron cada vez mayores; como sí a muchos la necesidad de seguir adelanteles hubiese hecho aún más fuertes; como si la cultura hubiera sido su gran aliada alpermitirles responder rescatando todas esas potencialidades que se encuentran en un fondocomún y que se activan solo ante la llegada de vicisitudes (Carrithers 2005; 2009). La culturacomo oportunidad, un hecho que sin duda merece de cierta reflexión, puesto que al menosen principio iría en contra de una de las afirmaciones más repetidas en la antropología dela alimentación desde los tiempos de Holmberg ([1950] 1969), cuando afirmaba que antela llegada del hambre era inevitable que la naturaleza sobrepase a la cultura. Lo que ocurrióen la postguerra fue justo lo contrario, en el sentido de que llegaron nuevos ingenios enforma de una verdadera multiplicación de reacciones, de intentos de apuntalar lo material,pero también los cimientos de lo cultural. Un creciente número de argucias y de recursosculturales que trataron de combatir aquella batalla que había llegado después de la guerra;quizá la peor de las batallas, la del hambre.De este modo, hubo otro grupo de respuestas que invocaron a la inventiva y a los recursosimaginativos. Llevarse algo a la boca se convirtió en un ejercicio que precisó de unas dotesde imaginación que por aquellos tiempos encontró un amplio campo para expresarse(González de Turmo, 2002; Abella, 2008). En la postguerra se hicieron verdaderosesfuerzos por darle a los alimentos disponibles el aspecto y el lugar de aquellos que faltaban;todo con el objetivo final de que permaneciera el significado cultural, para que continuaranvivas todas sus propiedades simbólicas más allá de los puramente materiales. La postguerrafue, por tanto, el escenario perfecto para eso que Fischler llamó toda una suerte de“bricolaje culinario” (1995, p. 157) destinado a reproducir lo mejor posible los platos y losalimentos cuyas ausencias generaban las mayores penas y nostalgiasAún con todo, los rigores de un hambre que no daba tregua obligaron a muchos a ir inclusomás allá. Llegaron a comerse alimentos que poco antes eran impensables y que siempre sonrechazados en tiempos de bonanzas. Alimentos a los que Leach (1974) se refirió en sumomento en términos de “conscientemente tabuizados”, y que son dejados al margen oson solo utilizados para dar comer a los animales. Un tipo de cocina y pertrechos que en lapostguerra entraron en juego a través de una plasticidad cultural capaz de ensanchar loslímites de las definiciones de lo que se considera comestible.A estos revivals alimenticios además se sumaron los “acercamientos”. Me explico. Cuandohablo de “acercamientos” trato de categorizar de alguna manera aquellas aproximaciones ala órbita de lo que resulta comestible, en términos culturales, de esos alimentos situados enel imaginario incluso más allá de la periferia, es decir, alimentos que podríamos definir conel término de “lejanos”. Me refiero aquí a aquellos alimentos que son tan distantes yapartados que resultan del todo denostados para su consumo, y que por lo tanto adquierenla categoría de tabú, “inconscientemente tabuizados” que para este caso diría Leach (1974),dado que su uso es siempre rechazado y provoca todo tipo de repulsas. Serían, esosalimentos que ni siquiera se consideran nutritivos en modo alguno y que, apropiándomede términos del mismo Lévi-Strauss, resultarían malos para pensar, y en consecuencia sedestaparían como malos para comer. Sin embargo, en tiempos de carencias, donde loslímites se ensanchan hasta lo insospechado, se consumirían a través de recetas culinariascomo ingenios culturales. Formas de camuflaje y arquitectura culinaria que posibilitaron enel caso de la postguerra el cambio topológico y con él, la modificación del estatus ideológicoque permitía que lo lejano se acercara y lo cercano se alejara.La renuncia consciente a una buena parte de las particularidades organolépticas de aquelloque se comía, es decir “hacer de tripas corazón”, fue otro de los recursos culturales que seutilizaron. Para muchos, especialmente los más necesitados, fue necesario toda unadeconstrucción de las significaciones asociadas a las propiedades de la comida tanimportante que llegó a adquirir el corpus de una nueva “arma” o “estrategia” deafrontamiento, para lo que se sacrificó la importancia de casi todas las sensaciones en arasde perpetuar el significado y de mantener la posición de los alimentos en la estructuraalimentaria (González de Turmo, 2002, p. 304).Pues bien, a través de todas estas “estrategias”, “armas de los pobres”, “armas de losdébiles”, “ingenios de la cultura” o “recursos culturales” relacionados con la comida y elcomer, los extremeños trataron de ampliar los pocos alimentos que las políticas autárquicashabían dejado disponibles, al tiempo que en cierto modo se luchaba por no renunciar a laestructura nutritiva que era tradicional. Revestidas de la cultura gastronómica propia,algunos miembros de las clases altas, pero sobre todo los que formaban parte de losestamentos medios, recurrieron a una multiplicación de formas de afrontar el hambre quellevaba implícito un desesperado intento de conseguir comida, pero al mismo tiempo deno renunciar a la propia entidad culinaria, de no desistir a los significados. Trataban, sepodría decir, de llevarse a la boca lo que se podía, pero buscando siempre evitar sobrepasarciertos límites que condujeran al marasmo cultural. Así, las estrategias de postguerra frenteal hambre se dieron en un plano que fue necesariamente mixto entre lo material y locultural, una unión indisoluble en el sentido expresado por De Garine (1994) cuando indicaque no hay ninguna razón por la cual los puntos de vista utilitarios y simbólicoestructuralistadeban excluirse el uno al otro.De este modo, la cultura, en el sentido que Carrithers la entiende (2005; 2009), se alzó enlos primeros años del franquismo como vehículo -al tiempo que como guía y oportunidadquese utilizó contra el hambre y las cada vez mayores carencias, demostrando una vez másla posibilidad que tienen los agentes sociales de dar respuestas subjetivas a situacionesobjetivas (Godinho, 2018). Porque el hambre lo es de alimentos, pero también lo es deidentidad, de símbolos y de significados, y por ello es necesario que, además de procurar elmero acopio material, se realicen esfuerzos dirigidos en el sentido de paliar también lasausencias y los vacíos simbólicos en la línea que indica Vernon (2011), cuando asevera queincluso en la privación material más dura los factores culturales son tan importantes comosu realidad más cruda.En todas estas respuestas, no resulta posible olvidarse del papel que jugaron las mujeres,que sin duda merece ser documentado y al que resulta imprescindible acercarse si lo que sepretende es ser fieles en la descripción y la interpretación de la postguerra española. Altiempo que cualquier publicación que pretenda indagar en la alimentación, o en su reverso,es decir, las consecuencias y los afrontamientos del hambre, debe tener siempre en cuentala variable sexo/género; puesto que las mujeres son y han sido, como apuntan Mennel,Murcott y Otterloo (1992), quienes al final han acabado velando históricamente por laalimentación dentro del núcleo familiar, merced a una evidente asunción natural delcuidado de los miembros de la familia, que diría Mabel Gracia (1996).Fueron ellas principalmente la base fundamental de gran parte de las prácticas o recursosculturales que se utilizaron contra el hambre: el micro-estraperlo o el “mercado negro”, tanrecordados en Extremadura, son buenos ejemplos de ello. Que fueran también ellas las queesperaban pacientemente las largas colas del racionamiento; que fueran ellas las queprotestaran ante las injusticias de la época; y que fueran ellas, también, las que aparecieranen mayor medida como responsables de aquellos pequeños hurtos cuyo único objeto erael de poder comer (Rina, 2011, p. 596). Pero no solo esto, puesto que la inventiva eimaginación, los aprovechamientos, los sucedáneos y un sinfín de formas más de encararlas carencias tuvieron en la postguerra un evidente nombre de mujer.No obstante, no todos pudieron esgrimir las mismas respuestas. Hubo -así se deduce delos relatos que he podido recopilar- también en la Extremadura de postguerra ese tipo dehambre que empujaba de forma irreversible hacia el particularismo y hacía elindividualismo. Esa hambre que aparece en unas narrativas que sobrecogen al serescuchadas porque hablan de desesperación y de límites mutilados hasta donde laimaginación puede llegar. Un hambre sobre todo de carácter rural que se cebó sobre todocon aquellos a los que ya me he referido como los estamentos más bajos del campoextremeño y que otros autores como García Pérez (2010) han llamado “campesinospobres”. Hubo un hambre en Extremadura de carácter a-cultural, donde ya no era posiblepensar los alimentos, donde ya no había estrategias o recursos culturales que sirvieran deguía porque los límites se habían sobrepasado. Ya no valía la memoria colectiva dehambrunas remotas desde la que incorporar alimentos, ni cucharas que saciaran… ni nada;puesto que las emergencias de los cuerpos famélicos solo atendían a comer, lo que fuera.Porque cuando el hambre apretó la presión de la naturaleza sobrepasó a la cultura y empujóa comer cualquier cosa al estilo de lo que en su momento afirmó Strauss (1976, p. 389).Quienes caminaron por los espacios de aquella hambre lo hicieron, como muestran losrelatos, por plazas sombrías cuyo tránsito supuso alejarse de lo humano para acercarse a loanimal, puesto que somos más humanos cuánto más saciados estamos, afirma Caparrós(2014). Solo así es posible explicar la forma de comportarse de aquellos seres famélicosque, acuciados por el terrorífico puñal de la necesidad, obraban más como resesembravecidas que como personas racionales. Espacios donde la cultura ya no definía alhombre y donde sin ella el hombre se convirtió en “bestia”, tal y como lo define Crescencia:“Como las bestias, claro que sí, claro que sí. Comíamos lo que podíamos como si fuéramosunas auténticas bestias. Había otras hierbas que se criaban mucho cuando llovía porque enaquellos años estaban todos esos parrales llenos de hierbas. Esas hierbas, el regajo, los aderoneslos comía mucha gente. Los regajos en ensalá … porque eso se criaba mucho en los canchales. Ibascon una tijera, le cortabas ná mas así porcima , y si tenías mucha hambre te los comías tal cual[…] Y se echaba mano de los algarrobos, comida para los animales, qué abriéndolos les acabanlas semillas qué puestas a remojo sustituían a las ausentes lentejas. Como si fuéramos bestias. Esoes para el ganado, pero lo comían las personas…”.RepresentacionesUn elemento esencial de lo que vengo aquí contando es el que supone que al bucear entrelas mareas de una memoria tan traumática como es la que se deriva de la falta de alimentos,no solo cobra trascendencia el rescate de las vivencias, las respuestas o la interpretación delos comportamientos que he venido relatando; sino que, además, cuando uno trata de hacerlo que se supone que hacen los antropólogos, es decir pensar a cerca de los marcos designificación y las representaciones mentales, cobra también especial trascendencia laconstrucción que los individuos han hecho de toda aquella experiencia en el presente.Relacionado con ello, en esta etnografía hubo un echo de especial importancia que meobligó a una profunda reflexión, máxime cuando he de reconocer que en los primerospasos derivó en una suerte de nudo gordiano -en el sentido de que no lograba crear categoríasadecuadas para situar lo que los informantes me estaban contando-. Me refiero, a que muya menudo en las entrevistas algunas categorías se repetían una y otra vez, a pesar de que setrataba de distintos informantes y a pesar también de la continua presencia de amnesias yolvidos. Hablo de la continua presencia de dos condiciones cuya diferenciación resulta,desde mi punto, esencial en el fondo reflexivo que subyace en esta Tesis, cuales son las de“hambre” y “escasez”. Grosso modo se trataría, el “hambre” y la “escasez”, de dos realidadesque según las evidencias rescatadas habrían convivido en la postguerra extremeña, dosámbitos de significación diferenciados -algo así como la distinción que realiza por DeGarine (1990) entre “apetito” y “hambre” - reconfigurados con el paso del tiempo y quedesde mi punto de vista bien podrían corresponderse la primera –“el hambre”- con larepresentación derivada de los comportamientos más extremos de carácter individualistaque ya he descrito; y con aquella otra construida por las personas cuya respuesta a lascarencias estuvo plagada de estrategias de afrontamiento ante el hambre, la segunda –“laescasez”-.Fue, así lo creo yo, la ausencia total del pan de trigo como alimento cultural básico y laimposibilidad de conseguirlo la clave de bóveda sobre la que se construyó -y aún se sigueconstruyendo- esa transcendental separación, puesto que son muchos los testimonios quesitúan justamente ahí el punto de diferenciación, un aspecto que abordaré con detenimientoen el epígrafe siguiente en el que presento las conclusiones de esta investigación.ConclusionesFinalmente he decidido poner punto final y broche de cierre a esta investigación a travésde dos grandes bloques de conclusiones. Por un lado, hablo de aquellas que podríamosllamar de un índole social y cultural; mientras que del otro se situarían aquellas de un carizmás político.En relación con los aspectos sociales y culturales, esos a los que el antropólogo debeatender de forma innegociable en toda investigación, esta etnografía se ha movido por losmismos senderos ideológicos que tantas reflexiones anteriores han concluido; cual es laconfirmación de que, como diría López García (1998), los alimentos no son con muchouna masa indiferenciada de materias y energías, sino que a ello también hay que sumarle latranscendencia que tienen las valoraciones, las concepciones y las emotividades que tienenasociados, es decir, su propio capital simbólico. Un hecho que acaba determinando que lacomida y el comer, pero también su ausencia, es decir, el hambre, se alcen como ununiverso extraordinariamente complejo repleto de sentidos y significacionescontextualmente definidos, cuyo análisis precisa irremediablemente de un dialogo entrevariados frentes, incluyendo siempre ese particular ángulo de visión que solo es capaz dealcanzarse desde la lente ofrecida por la cultura. Por lo tanto, la primera conclusión de estainvestigación no es para nada original, y vendría determinada por la confirmación de laimposibilidad de mirar al hambre de forma “holística” si ello no se hace también desde elanálisis que es capaz de aportar la antropología, sobre todo porque, como dijo Barthes(2006), sus unidades de análisis son muy distintas de las utilizadas por el resto.Con este hecho asumido, la forma en la que yo me he enfrentado a esta etnografía ha sidosimilar a la que probablemente lo hubieran hecho en su momento De Garine (1994) oGoody (1995), cuando indicaban que no hay ninguna razón para que los puntos de vistamaterialistas y simbólicos se excluyan mutuamente, puesto que ninguno de los dos tiene elmonopolio de la razón.Sobre esta base, algo que podríamos entender como los cimientos teóricos sobre lo que seha construido todo lo demás, a lo largo de esta Tesis Doctoral he reflexionado hondamentea cerca de la centralidad cultural del pan de trigo en los tiempos de postguerra -perotambién antes -. No se trata tampoco de nada nuevo, puesto que como afirman De Gariney De Garine (1998) algunos alimentos tienen la capacidad para centrar la atención en uncontexto determinado, algo que ha ocurrido sin duda para el caso de las culturasmediterráneas, donde el pan de trigo ha tenido una trascendencia histórica sin parangón.Sin embargo, lo que he tratado de exponer en este escrito va más allá, al subrayar que, entiempos de carencias, como fue el caso de la postguerra, el pan y su falta fueron tanimportantes que se erigió como la piedra de bóveda capaz de determinar respuestas ydemarcar fronteras; algo con tal fuerza que incluso sus consecuencias han llegado hasta elpresente.Respecto de las respuestas, esta investigación ha tratado de demostrar el hecho que suponeque las réplicas al hambre de postguerra fueron una lucha mucho más densa y complejaque la que supone encontrar algo que simplemente llevarse a la boca. En cierto modo, loque he venido a poner sobre el tapete ha sido justo lo contrario de lo que en su momentoafirmaron autores clásicos de la antropología alimentaria de la talla de Holmberg ([1950]1969) o Turnbull (1972) entre otros, para quienes ante la llegada del hambre era inevitableque la naturaleza sobrepasara a la cultura. Lo que yo he concluido, por el contrario, ha sidoque, ante la cada vez más acuciante situación, gran parte de la población reaccionó a travésde un buen número de ingenios que lucharon por apuntalar los recursos materiales; peroque, además, lejos de caer en una disolución que podríamos llamar turnbulliana, también seesforzaron por asegurar los cimientos de lo cultural. Respuestas que pretendieron como eslógico acopios alimenticios ante las escasas posibilidades de bienes de consumo a los quela población tuvo acceso como consecuencia de las políticas franquistas; pero que tambiénbuscaron con ahínco la reparación de un tejido simbólico culinario gravemente dañado.Algo que explicaría los enconados empeños por no comer cualquier cosa, aunque ésta nosiempre fuera la mejor posibilidad desde el punto de vista estrictamente nutricional. Deeste modo, en la postguerra se dieron desesperados intentos por buscar una mínimanutrición que colmara los estómagos cada vez más rugientes, al tiempo que se hicierongrandes esfuerzos por saciar una mente que clamaba consuelo con una fuerza creciente.Es por todo ello, por lo que a aquella pregunta que me realizaba en su momento sobre dequé manera afrontaron los extremeños de forma general aquel famélico estado que segeneró, la respuesta la he dado a partir de la hermosa definición que Michael Carrithershace de cultura (2005; 2009). Para el autor -y en consecuencia para mi mismo en relacióncon el contexto de la postguerra- la cultura se alzaría como un recurso y no como algo quese diluye ante las dificultades, al entenderla como un fondo de disposiciones,potencialidades y posibilidades que son capaces de servir de guía para las personas ante laamenaza de la incertidumbre y la oscuridad, para alejarse, se podría decir, de lo incoado,representado en este caso por el hambre. Sin una aparición necesariamente lineal, como yahe comentado, la mayor parte de los extremeños respondieron, a medida que las escasecesaumentaban, con un creciente número de “armas” o de “herramientas” que parecierontomar vida y que tuvieron como punto de partida, al mismo tiempo que objetivofundamental, al pan; aunque también fueron importantes otros alimentos que resultabanintensamente significativos. “Ingenios de la cultura” que generaron importantes cambiosen múltiples planos que fueron tan fuertes que incluso llegaron a determinar alteracionessociales y culturales, provocándose redefiniciones morales colectivas o dinámicascambiantes en torno a categorías sociales de la importancia de la solidaridad o institucionescomo la familia.Pero como todo en la postguerra y sobre todo en Extremadura, las decadentes racionestambién tuvieron un marcado gradiente social. No todos los cuerpos sufrieron de igualforma el impacto de las raciones mermadas, ni todos pudieron esgrimir las mismasrespuestas. Así, esta investigación también ha mostrado relatos de una Extremadura sumidapor completo en una desesperación que se cebó sobre todo con aquellos a los que PérezGarcía (2010) ha llamado “campesinos pobres”. Un hambre principalmente -aunque noexclusivamente- de índole rural -al contrario de lo que ocurrió en otros contextos- que sedio entre aquellos que moraban recónditos pueblos sometidos al aislamiento y laautosuficiencia, y donde es posible afirmar que se dieron comportamientos en los márgenesque podrían encontrar, ahora sí, un cierto atisbo de paralelismo con aquellos que se dieronentre los siriono o los ik, por citar solo los ejemplos más conocidos. Una Extremaduradonde era posible aplicar la metáfora de López García y Mariano Juárez (2015) según lacual “por donde pasaba el caballo del hambre, era imposible que crecieran los campos dela cultura” (p. 1890). Una Extremadura de particularismo y comportamientosindividualistas, de desesperación, de cultura arrasada y de límites mutilados; de fragilidaddel orden y de las instituciones; de marasmo e incoación. Unas clases pobres que se vieronen definitiva avocadas a sufrir el hambre en un doble sentido: el de la falta calórica, por unlado, pero también el de la incapacidad para jugar con estrategias culturales que pudieranatemperar la pérdida de valores simbólicos.Situar cual fue la frontera capaz de determinar que hubiera personas que de un ladotransitaran por sombríos abismos, mientras que del otro aún era posible recurrir aestrategias de afrontamiento, ha sido quizá el momento reflexivo culmen y la gran conclusiónde esta investigación, máxime cuando de los relatos de mis informantes resulta sencillodeducir que muchos de ellos debieron moverse peligrosamente en el filo de la navaja. Aquí,es cuando entra en juego la desventaja a la que se enfrenta un etnógrafo que se ve inmersoen un trabajo de campo al que llega con varias décadas de retraso, y por lo tanto sin laposibilidad de explorar el entorno etnográfico in situ. Aún así, me muestro convencido deque esto no es algo indispensable, y de que resulta posible dar respuesta a esta pregunta enlas representaciones culturalmente construidas que mis informantes hacen en el presentesobre lo que allí pasó, siempre que para su análisis se utilice el enfoque adecuado. Algo quepor otro lado se incardinaría a la perfección con otra de las preguntas que me he realizadoen varias ocasiones, y que tiene que ver con la forma en la que aquellos tiempos han llegadohasta nosotros teniendo en cuenta que los recuerdos no son una mera cuestión dereconstrucción, sino que además también lo son de percepción, apreciación y significaciónactual. Frente a la búsqueda de la verdad histórica, se podría decir, la memoria se asumecomo una particular mezcla de hechos, ficciones, recuerdos inventados y paso del tiempoque nos permite hablar del pasado, pero desde el presente. Teniendo en cuenta esta idea,es cuando se alzó como realmente significativo el hecho que supuso que en muchas de misentrevistas dos categorías se repitieran una y otra vez. Hablo de las dos condiciones que hetratado de diferenciar a lo largo del texto: el “hambre” y la “escasez”, y que fueron las queme pusieron sobre la pista de la línea divisoria a la que anteriormente me refería.Para la mayor parte de mis informantes, el recuerdo de la situación vivida por su familiaen los tiempos de postguerra está mediado a través de la representación de “escasez”,entendida como un estado casi liminal que ni era estar “saciado” ni era estar“hambriento”. Podríamos decir que, para ellos, desde la reconstrucción del presente, seadvierte de la realidad del hambre, a la vez que de alguna manera parece ser negada, hastael punto de que en muchas ocasiones aparecería exclusivamente en la piel de otros. Ahorabien, cuando estos informantes me contaron que escaparon del hambre o que la sufrieronmenos que otros vecinos, no quitaban ni mucho menos razón a su presencia y efectosfunestos, por el contrario, aunque parezca paradójico, lo que estaban haciendo en miopinión era enfatizar la presencia de aquellas estrategias que he descrito a lo largo deltexto, generándose a partir de ellas un cierto grado de saciedad simbólica capaz dedeterminar una memoria de resistencia y negaciónFrente a ellos, se situaron aquellos otros que no dudaron en hablarme de hambre, de un“hambre del de verdad”, “hambre del duro”, un hambre para el que no había consuelo deningún tipo. Una realidad que desde mi punto de vista se correspondería en este caso conla representación generada entre aquellos otros extremeños que eran tan pobres que notuvieron la posibilidad de recurrir a retóricas de ningún tipo, y que en consecuencia sevieron empujados a caer en las redes de los comportamientos más extremos. Un recuerdopara el que mis informantes son capaces de situar con claridad la frontera en laimposibilidad de acceder al preciado pan de trigo, puesto que bajo esas circunstancias lapobreza fue de tal calado que hacía inviable cualquier tipo de estrategia de acopio ya fueramaterial o simbólico. Sin acceso ni tan siquiera al pan, la construcción que se hace ennuestros días se encuentra desprovista de cualquier tipo de saciedad -especialmentesimbólica-, al tiempo que envuelta en un cierto halo de angustia, tristeza y memoria defracaso que sirve de argamasa para la cimentación de un recuerdo explícito de “hambre”.Con todo, resultaría posible hacer extensible a la postguerra extremeña la expresión deMariano Juárez (2011) cuando afirmaba que la falta de cultura -en este caso la falta de pande trigo- es la que lleva al hambre; conformándose con ello la píldora que condensaría lamayor conclusión de esta Tesis Doctoral, la cual indicaría que para el contexto de lapostguerra española los tiempos sin pan -de trigo-, fueron y son, como ya se adelantaba enel título de esta Tesis Doctoral, tiempos de hambre:“Por mucha comida que comieras, si no comías pan había hambre… porque estábamosacostumbrados a eso. Y si no había pan es como si no comieras… usted no sabe el hambre quellegamos a pasar sin pan…”.Encontrar una explicación a esta diferenciación entre “hambre” y “escasez” remite, portanto, al menos esa es mi opinión, sobre todo al análisis de los planos simbólicos y lacapacidad para “reconstruir” los hechos. La memoria es ciertamente selectiva, de tal maneraque tiende a quedarse con aquello que significa, aquello que realmente le resulta importante.Es, por tanto, desde la distancia de los recuerdos que vuelven hoy en día ante las preguntasy las indagaciones del etnógrafo, donde resultaría posible constatar la construcción de uncierto grado de saciedad posibilitada por las estrategias puestas en liza y cimentada en lapresencia, por pequeña que fuera, de aquellas propiedades simbólicas consideradasesenciales -especialmente el pan de trigo-. Algo que resulta posible afirmar porque comoindica Douglas (1995, p. 172), la “plenitud” o “saciedad” no es un concepto meramentefisiológico, sino que más bien es la cultura la que crea en los hombres el sistema decomunicación referente a lo que es o no es “saciedad”.Lo que trato de decir, por concluir, es que, con el devenir de los años, la frontera que seconstruye en el presente entre las representaciones de “escasez “y” hambre”, situadasegún mis informantes a partir de la presencia o ausencia del pan de trigofundamentalmente, se vuelve significativa, puesto que vendría a coincidir plenamente conaquella línea que en el pasado separaba a los que fueron capaces de llevar a cabo retóricas,los primeros; y con aquellos otros que se vieron sumidos en el marasmo e incapaces detodo tipo de respuesta, los segundos. Esto no quiere decir ni mucho menos que aquellosque me hablan de “escasez” no pasaran en realidad un hambre atroz, sino que, a partirdel paso del tiempo, se podría decir, entre ellos se habrían impuesto los patrones de tiposimbólico por encima de los balances nutritivos, lo que permitiría dar cabida a cierto tipode negaciones. Algo que para nada parece corresponderse con la devastada situaciónnutricional de la región4 que fácilmente se puede objetivar a partir de los datosantropométricos (Linares y Parejo, 2013; Linares y Valdivieso, 2013) o las evidencias quehan llegado hasta nosotros en forma de cifras que hablan de mortalidad infantil,enfermedades carenciales o informes sanitarios pasados.La experiencia del hambre, por concluir parafraseando a Mariano Juárez y López García(2013), se enmarcaría por lo tanto dentro de unas reglas culturales determinadas queofrecen sentidos y significados particulares, algo que sin duda también ha ocurrido en estainvestigación. Por ello, la realidad del hambre y la construcción de su memoria no puedesimplemente objetivarse a través de censos alimentarios o medidas antropométricas. Muyal contrario, puesto que se alza como un fenómeno que también es intensamente -y a vecesfundamentalmente- cultural, de tal manera que al ser mirado desde las lentes del etnógrafoel concepto se ve tensionado de tal manera que lo que en un principio podría suponersecomo algo universal y uniforme, se vuelve ciertamente dúctil, hasta el punto de que vienedeterminado por la confluencia que se da entre transacciones simbólicas con aspectosmateriales.Desde esta perspectiva en la que el hambre es un hecho fundamentalmente cultural queestá directamente relacionada con la ausencia de aquello que tiene importancia y significadocontextual, es cuando resultaría posible comprender el hecho que supone que este tipo dehambre “subjetivo” prolongue sus traumáticos efectos deletéreos en el tiempo, algo quepodría ser llamado como “memoria del hambre”, o más bien “memoria de los efectos delhambre”. Bajo este enfoque, sería posible explicar el fuerte poso que aquella hambre depostguerra ha sido capaz de generar durante mucho tiempo después en las dietas de laspersonas que lo vivieron en sus propias carnes -sobre todo de los más pobres-; y que ha4 Un razonamiento que quizá también sería posible aplicar para el caso de Las Hurdes cuandorechazaban años después el hambre a partir de la existencia de pan. O los chortí, que para elcaso de Mariano Juárez (Ibid.) también la negaban cierto tiempo después ante presencia de“tortillas” de maíztenido tal fuerza que incluso ha logrado permear el imaginario colectivo y los hábitosculinarios de generaciones posteriores.No obstante, debo reconocer que la influencia de las consecuencias del hambre depostguerra es algo que parece encontrarse en cierta dilución, tal y como se deduce de laobservación de una suerte de desapego creciente que los más jóvenes mantienen respectode aquellos años y aquellas circunstancias. Es por ello por lo que no solo se da un ciertosentimiento de incredulidad hacía lo que allí pasó, sino que además este distanciamientoderivado del paso del tiempo ha contribuido en cierto modo a acelerar una transiciónalimenticia impuesta por los nuevos contextos sociales y que ha propiciado en unimportante cambio de valores simbólicos. Los más jóvenes, por ejemplo, ya no perciben latranscendencia del pan, por lo que poco a poco ha ido cediendo espacios a otros alimentos,denotándose una disminución en su consumo y una cierta perdida de su centralidadabsoluta. Un fenómeno similar a lo que ha ocurrido con otras preparaciones tanimportantes en la postguerra como fueron los platos de cuchara o todos aquellospertrechos a los que en su momento me referí como “periféricos” y que, ante lassuficiencias de presente y el paso de los años, han desaparecido en buena medida de la dietacotidiana.Por otro lado, un segundo bloque de conclusiones es posible extraer también a partir deesta investigación. Me refiero a aquellas otras que podríamos ubicar en un plano algo máspolítico, por definirlo de alguna manera. Creo que es imposible, al menos esa es mi opiniónpersonal, que un científico social especializado en temas de comida que se adentra en lostiempos de postguerra no se pronuncie de algún modo en relación con las motivaciones delas políticas franquistas, sobre todo cuando una buena parte de ellas estuvieronestrechamente relacionadas con los alimentos y con su ausencia, alrededor de los cuales seinstaló lo que en el texto he definido como toda una suerte de “burocratización delhambre”. Una vez más, no pretendo aquí la búsqueda de ningún tipo de verdad histórica,y sí más bien aportar mi particular contribución a un debate que aún permanece abierto.Así, la literatura histórica, tal y como he reflejado con suficiencia en el texto, ha mostradode manera pormenorizada los procesos de imposición de la perspectiva de los vencedoresque se puso en marcha en la inmediata postguerra. Prácticas que, más allá de los castigosfísicos, los encarcelamientos o los fusilamientos, también incluyeron todo un conjunto depolíticas a la que algunos autores se han referido como una verdadera “cultura de larepresión” (Idarreta, 2004), cuyo objetivo final era el de dominar, controlar y degradarmoralmente a todo aquel que pudiera ser una amenaza para el orden establecido y loscimientos ideológicos del sistema (López García y Villalta, 2015). Agresiones sin sangre através de las que el régimen trató sutilmente de eliminar a los vencidos y controlar a los“señalados”, al sospechoso, al “rojo”, al pobre, a esas “hordas salvajes”, en palabras deMoreno Andrés (2017), contra quienes era preciso seguir combatiendo en aras del ordenpúblico, político y social que el Nuevo Estado pretendía.Por todo ello, no parece descabellado que tome parte para alinearme con aquellos autoresque, como Richards (1999) o Rodríguez Barreira (2011; 2012; 2013), han visto en el hambrede postguerra una forma más de esa represión y control social, a través de la que en miopinión el régimen pretendió controlar -al tiempo que esquilmar moralmente- a las capasmenos privilegiadas y probablemente menos afectas con su política. Pocas cosas sonmejores para lograr el sometimiento total de un pueblo que algo tan primario yabsolutamente necesario para la vida como el alimento. Una afirmación que es posiblerealizar a partir del análisis del modo en que el régimen utilizó por ejemplo los comedoresde “Auxilio Social” como centros de adoctrinamiento, control, opresión y vigilancia; delanálisis de la degradación que suponían las diferencias entre los unos y los otros; de la faltade suministros de pan en la ruralidad habitada por jornaleros; de la humillación moral quesuponían la intensa legislación alrededor de la circulación de alimentos y de la matanza; delmodo en que el régimen procuró toda una surte negación constante de la humanidad delos más pobres a través de la estandarización controlada de lo que se comía; o del oxímoronque suponía la “cartilla de racionamiento” y sus cuotas nutricionales cuidadosamentecalibradas que habrían tratado de mantener a la población al borde del abismo, tal y comoresulta posible deducir de los relatos de Nicolasa o Bibiana: “Un bollo todos los días, muypequeñito, pero todos los días…”; “las cosas muy contadas…”.Como afirman Badillo et al. (1991,) es muy probable que se pudiera haber hecho muchomás de lo que se hizo, pero el régimen no tomó suficientes medidas que disminuyeran elhambre o las epidemias5, algo que contribuyó en mi opinión a esa dominación y humillaciónmoral que, a través de los alimentos -y su falta-, y haciendo mías las palabras de Scott(2003), perseguía intimidar a los subordinados para lograr su obediencia eficaz ypermanente, al tiempo de evitar cualquier tipo de atisbo de disenso contra el poder. De5 No obstante, no es ésta una postura que goce de unanimidad. Como ya he comentado el debate alrespecto permanece abierto, de modo que es posible encontrar a autores como Molinero y Pere(2003) para quienes la degradación de las condiciones de vida de buena parte de la población no fueun objetivo perseguido por parte del régimen.este modo, a través de todo un poderoso sistema de control deliberadamente utilizado enel sentido coactivo, como lo definió Alburquerque (1981), el régimen trató de controlar,dominar, pero también humillar y aislar, a una parte de la población asediada y exprimida,que como consecuencia de la presión a la que se vio sometida no tenía tiempo para nadamás que no fuera tratar de sobrevivir buscando alimentos, y a la que no le quedaba ningúntipo de lugar para la lucha política y la oposición. Es difícil que, como afirma Caparrós(2014), personas que están amenazadas por el hambre puedan ponerse a mirar con detalle,y muchos menos oponerse, a lo que hacen sus gobernantes. Pablo, un informante deCáceres, lo expresaba a buen seguro con mayor elocuencia de lo que yo soy capaz de hacercon mis enrevesadas palabras: “De política nunca se hablaba en casa, con tener para comer era másque suficiente…”. Al tiempo que las declaraciones de Sir Samuel Hoare, el 7 de marzo de1941, vienen a ilustrar aún más si cabe la cuestión (Viñas, 2017):“España, en la actualidad, está en peores condiciones que nunca en suhistoria. El Gobierno es miserable, no hay comida […] Esta situación obliga a lagente a pesar el tiempo en mórbidas reflexiones sobre sus infortunios y les impidetomar decisiones y actuar”.Llegados a este punto, cabe recalcar de nuevo una pregunta que ya me hice en su momento,la cual es si el efecto perseguido por Franco y los suyos con esta actitud fue siemprerealmente el deseado. Y es que, a pesar de todo lo comentado, y como en su momentoteoricé, en mi opinión aquella suerte de presión tuvo en muchas ocasiones un frutocontrario al esperado, puesto que lo que hizo a veces fue servir de acicate para que lasrespuestas que se dieron fueran aún mayores. Y no solo en el sentido de que las estrategiaspuestas en liza permitieran luchar contra la degradación moral que suponía el intento deestandarizar lo que se comía, o la lucha por escapar de las garras “despersonalizadoras” de“Auxilio Social”; sino que al tiempo, aquellas retóricas se erigieron también como toda unasuerte de contestación al régimen en el sentido de que no solo buscaban una forma deacopio material y simbólico, sino que además también pretendían la búsqueda de unadiversidad culinaria que se alzaba como toda una forma de resistencia popular, un acto devalentía con el que lo que se pretendía era mostrar que el combate aún estaba vivo.En cualquier caso, y ya para terminar, si hay una conclusión global -al tiempo que unllamamiento- que se pueda extraer de toda esta investigación, esa es que el tratamiento dela memoria del hambre de postguerra y su interpretación bajo el prisma de la cultura resultaenormemente rica en unos matices que en gran parte aún se encuentran por explorar, porlo que desde mi punto de vista la “memoria del hambre”, ya sea en Extremadura o en otroslugares, es una memoria que aún está por construir. Un hecho que en buena medidajustificaría su abordaje dentro de esas políticas de memoria histórica en las que aún quedatanto trabajo por hacer. Parafraseando a Muñoz Molina, en una magistral columna escritaen el diario El País hace más de veinte años, “La cuestión es si elegimos la molestia deindagar las cosas que sucedieron o preferimos las comodidades del mito”, y yo, me decantoclaramente por la primera opción. Por ello, me parece importante enfatizar que, si bien lasconclusiones derivadas de esta investigación son las que se corresponden con mi propiaverdad parcial a cerca de un contexto local o más bien regional, sospecho que muchos delos comportamientos y probablemente de las representaciones aquí descritas fueron y soncomunes para el entorno de toda la postguerra española, siendo lógicamente consciente deque las particularidades ecológicas condicionan matices variables en las respuestas. Por ello,quedaría para el futuro aproximaciones similares en otros entornos que sin duda permitiránabrir conciencias y extender el conocimiento de lo ocurrido. Una propuesta que, sinembargo, debe tener en cuenta la urgencia y la ansiedad de saber que los protagonistas deestas historias, estos hacedores de mundos y memoria, no estarán mucho tiempo entrenosotros.- 38 -Fuentes Tesis DoctoralFuentes primariasArchivos y fuentes documentales1. Archivo Histórico Municipal de Cáceres (AHMC)2. Archivo Histórico de la Diputación de Cáceres (AHDC).3. Archivo Histórico Provincial de Cáceres (AHPC).4. Archivo Histórico Provincial de Badajoz (AHPB).5. Archivo General de la Administración (AGA).-Sección Cultura y Sección Presidencia. Signaturas consultadas:F/04332; F04397; F04334;F/04330;001822;002179;75/25504;75/25503;75/25514;75/25513;75/2551;75/255507.6. Rockefeller Archive Center. New York. 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Histórico Provincial de Cáceres4. Smith, E. (1951). Spanish Village: it lives in ancient poverty and faith. Times Magazine.Disponible en: Agencia Magnum PhotosÓ.- 40 -Fuentes orales. ProtagonistasInformante Residencia enpostguerraFecha entrevista/sAida Badajoz – Badajoz 14-08-2015Ana María Cáceres – Cáceres 29-06-2016Ángel Alcuéscar – Cáceres 13-12-201520-01-2016Agustina Cáceres – Cáceres 04-05-2016Antonia Campanario – Badajoz 07-05-2015Antonio Orellana la Vieja – Badajoz 14-03-2016Antonio C Montánchez – Cáceres 17-02-2014Antoñete Navalvillar de Pela –Badajoz06-10-2016Apolinar Deleitosa – Cáceres 03-10-2015Bibiana Cáceres – Cáceres 20-10-2016Carmen Herrera del Duque –Badajoz09-01-2018Carmen C Cáceres – Cáceres 26-04-2015Cayetana Puebla de Obando –Badajoz12-04-2016Celedonio Castilblanco – Badajoz 16-12-2013Cesáreo Orellana de la Sierra –Badajoz24-01-2015- 41 -Cornelio Orellana la Vieja – Badajoz 23-07-2015Crescencia Montehermoso – Cáceres 18-04-201625-05-2016Damiana Villamiel – Cáceres 09-02-2016Elisa Jaraíz de la Vera - Cáceres 05-04-2018Encarna Herrera del Duque –Badajoz12-11-2015Encarnación Berzocana – Cáceres 09-06-2016Eusebia Jaraíz de la Vera - Cáceres 05-04-2018Felisa Logrosán – Cáceres 19-05-2017Francisco Fuente del Maestre –Badajoz30-11-2016Florentina Cáceres – Cáceres FlorentinaGuadalupe Badajoz – Badajoz 12-03-2016Isabelo Navalvillar de Pela –Badajoz02-03-2016Isabel Montánchez – Cáceres 18-07-2015Jacoba Malpartida de Cáceres –Cáceres15-05-2015Jerónimo Alcuéscar – Cáceres 21-11-2015Jesús Cáceres – Cáceres 23-11-2015Josefa Navas del Madroño –Cáceres19-01-201315-03-2013José Luis Cáceres – Cáceres 23-10-2015Juan Don Benito – Badajoz 24-11-2015Juana Deleitosa – Cáceres 03-10-2015Juliana Herrera del Duque –Badajoz11-01-2017- 42 -Julio Madrigalejo-Cáceres 22-11-2015Josefina La Coronada – Badajoz 11-04-2016Luisa Membrío – Cáceres 23-01-201830-01-2018Luisa G Garrovillas– Cáceres 24-05-2016Manuela Malpartida de Cáceres –Cáceres20-05-2016María Aldea Moret – Cáceres 19-07-201320-08-2013Mari Carmen Badajoz – Badajoz 12-03-2016Margarita Torrequemada – Cáceres 15-06-2016Maruja Los Santos de Maimona –Badajoz13-10-2017Matías Navas del Madroño –Cáceres19-01-201315-03-201317-04-2013Mercedes Membrío – Cáceres 23-01-201830-01-2018Modesta Montánchez – Cáceres 13-10-2017Natividad Casas de Don Gómez –Cáceres11-04-2016Nicolasa Hornachos – Badajoz 31-05-2016Pablo Cáceres – Cáceres 04-05-2015Paco Santa Amalia – Badajoz 04-05-2015Pedro Montánchez-Cáceres 08-01-2016Pilar Garganta la Olla – Cáceres 25-07-2015Priscila Cáceres-Cáceres 17-05-2016Rosa Cáceres – Cáceres 10-05-2016Santiago Azuaga – Badajoz 21-06-2017- 43 -Teófila Badajoz 16-01-2018Vicenta Sierra de Fuentes - Cáceres 30-04-2015Vicente Sierra de Fuentes – Cáceres 30-04-2015Victoria Talaveruela – Cáceres 10-05-2017Fuentes secundariasReferencias bibliográficasü Abella, R. 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    • Tiempos Sin Pan. Una Etnografía Del Hambre En La Extremadura De La Postguerra
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    • Freire Paz, Elena (Vocal)
    • Chaves Palacios, Julián (Presidente)
    • Lozano Cabedo, Carmen Mª (Secretario)
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